Por: José Amer Rodríguez
de Febrero del 1991
de Febrero del 1991
Vale la pena que usted preste atención al estreno absoluto de Suite al amor, una selección de seis canciones del trovador Silvio Rodríguez, no sólo orquestadas sino integradas en un contexto unitario por Juan Márquez, músico de talla mayor tal vez sin un reconocimiento a la altura de su talento y dimensión profesional.
La idea de crear una suite con canciones –quizás las menos conocidas y más recientes— de Silvio, fue aportada por el maestro Duchesne Cuzán al calor de la preparación de ese programa, en el que la fecha del Día del amor se entrelaza con el año de conmemoración del bicentenario de la muerte de Mozart, un compositor que tan frecuentemente abordó una de las facetas del tema amoroso en sus obras vocales.
Tras consultar con los implicados en la belleza de la intención, comenzó a gestarse lo que ya es resultante, buscando el enfoque del concepto de la canción a modo de concierto y no de recital, donde cada obra es un solitario micromundo. Es cierto que la idea no es nueva, pues en nuestro país ha tenido antecedentes con algunos trabajos realizados por el maestro Roberto Sánchez Ferrer, el propio Márquez y Orquesta Sinfónica dirigida por Duchesne Cuzán pero, a la vez, deviene en información actualizada de lo que se hace hoy día en otras partes del mundo al margen del aplauso y la canción en sí misma.
En esa vía, la OSN ha mantenido una línea vertical con el propósito de enriquecer el acervo musical cubano y, por ello, procede citar las palabras de Duchesne Cuzán: “Nuestra orquesta, como institución cultural, debe propiciar la mejor y mayor información a nuestro público sobre el quehacer musical que haya obtenido, sin lugar a dudas, un excelente resultado artístico independientemente de la función social que realice.”
Así, la Suite al Amor viene a enriquecer el contexto sonoro nacional, gracias a dos creadores en plena madurez. De un lado Juan Márquez aporta conceptos armónicos cuya combinación novedosa son una muestra de la contemporaneidad de su pensamiento musical, sin que por ello lo escuchado se aparte de lo auditivamente agradable. Súmase una habilidad, o mejor léase un don para repartir y enfrentar efectos tímbricos, no registrados en los catálogos colorísticos del academicismo, como también su capacidad de encontrar el equilibrio entre la densidad y la transparencia instrumental, entre el oficio y la ingenuidad de texto-melodía, para saber establecer los ordenes y dónde insertar ingeniosas transiciones.
En la otra orilla descansa (¿o ebulle?) la creatividad y la poesía del trovador, la sabiduría de su experiencia cotidiana, el cúmulo de haber amado con intensidad y ese mágico encanto que transmiten sus canciones, compartidas con todos nosotros sin reclamos. En la alquimia Rodríguez-Márquez el beneficio es mutuo; la orquesta no es un mero instrumento acompañante sino una masa de integración plena, a través del enlace que propicia la suite. Por supuesto, Silvio ya no es sólo creador, sino que adquiere el rango connotado de solista. La Introducción ofrece en anticipo algunos de los temas de las canciones escogidas. Luego, ellas se relevan con sencilla naturalidad, sin interrupción y según el carácter o intención de sus textos. Las de ahora, como las de antes, reflejan las más diversas facetas del amor humano, expuesto con filantropía quizás hasta para quienes no lo merecen. En estas canciones – a pesar del riesgo artístico que corre el autor por ser las menos conocidas o famosas y, por ende, susceptibles de enjuiciamientos prematuros— se advierte la acostumbrada calidad literaria y melódica de su obra. Se aprecia la transparencia de la prosa, la ternura y el humanismo en Federico, con una dedicatoria: “A Federico Smith in memorian”, semblanza del compositor, orquestador y profesor estadounidense radicado en Cuba (fallecido hace unos años) de alta sabiduría y expresa sencillez, maestro de todos y lamentablemente nombrado por pocos. Ocho de octubre del 89 parece reflejar un desgarramiento, salvado por la lozanía con que fue construida su melodía, sin rebuscados giros y subrayando reiteraciones de frases al final.
Quién fuera trae de recuerdo el metodismo al estilo de Lennon y Mc Cartney, con un mensaje lleno de optimismo y candor; en la refinada ironía de Qué distracción reposa el intimismo y la cadencia del bolero cubano y en El güije (escúchela en detalle) cierta melancolía que la lozanía del buen son criollo “a lo Matamoros” se ocupa de enmascarar. En La ilusión vuelve a respirarse la influencia de los ex-Beatles con la cercanía de la balada a flor de piel. Su texto plasma la poesía de lo cotidiano y la orquestación alcanza un clímax sonoro para dar paso a la Coda. Ella reclama un reposo y a su vez, desde el punto de vista armónico (sin pretender hacer citas textuales) entronca con el tema de la conocida Variación No. 18 de la Rapsodia sobre un tema de Paganini Op. 43, de Rachmaninov. Luego, lleva un resumen con la esencia de todas las ideas expuestas. En la Suite al amor se encierra el Silvio más diverso y singularmente personal, el de siempre pero maduro en la concepción sonora de lo que musicaliza. La traducción a la orquesta, creada por Márquez, evidencia la magnitud de una labor profesionalmente superior.
La idea de crear una suite con canciones –quizás las menos conocidas y más recientes— de Silvio, fue aportada por el maestro Duchesne Cuzán al calor de la preparación de ese programa, en el que la fecha del Día del amor se entrelaza con el año de conmemoración del bicentenario de la muerte de Mozart, un compositor que tan frecuentemente abordó una de las facetas del tema amoroso en sus obras vocales.
Tras consultar con los implicados en la belleza de la intención, comenzó a gestarse lo que ya es resultante, buscando el enfoque del concepto de la canción a modo de concierto y no de recital, donde cada obra es un solitario micromundo. Es cierto que la idea no es nueva, pues en nuestro país ha tenido antecedentes con algunos trabajos realizados por el maestro Roberto Sánchez Ferrer, el propio Márquez y Orquesta Sinfónica dirigida por Duchesne Cuzán pero, a la vez, deviene en información actualizada de lo que se hace hoy día en otras partes del mundo al margen del aplauso y la canción en sí misma.
En esa vía, la OSN ha mantenido una línea vertical con el propósito de enriquecer el acervo musical cubano y, por ello, procede citar las palabras de Duchesne Cuzán: “Nuestra orquesta, como institución cultural, debe propiciar la mejor y mayor información a nuestro público sobre el quehacer musical que haya obtenido, sin lugar a dudas, un excelente resultado artístico independientemente de la función social que realice.”
Así, la Suite al Amor viene a enriquecer el contexto sonoro nacional, gracias a dos creadores en plena madurez. De un lado Juan Márquez aporta conceptos armónicos cuya combinación novedosa son una muestra de la contemporaneidad de su pensamiento musical, sin que por ello lo escuchado se aparte de lo auditivamente agradable. Súmase una habilidad, o mejor léase un don para repartir y enfrentar efectos tímbricos, no registrados en los catálogos colorísticos del academicismo, como también su capacidad de encontrar el equilibrio entre la densidad y la transparencia instrumental, entre el oficio y la ingenuidad de texto-melodía, para saber establecer los ordenes y dónde insertar ingeniosas transiciones.
En la otra orilla descansa (¿o ebulle?) la creatividad y la poesía del trovador, la sabiduría de su experiencia cotidiana, el cúmulo de haber amado con intensidad y ese mágico encanto que transmiten sus canciones, compartidas con todos nosotros sin reclamos. En la alquimia Rodríguez-Márquez el beneficio es mutuo; la orquesta no es un mero instrumento acompañante sino una masa de integración plena, a través del enlace que propicia la suite. Por supuesto, Silvio ya no es sólo creador, sino que adquiere el rango connotado de solista. La Introducción ofrece en anticipo algunos de los temas de las canciones escogidas. Luego, ellas se relevan con sencilla naturalidad, sin interrupción y según el carácter o intención de sus textos. Las de ahora, como las de antes, reflejan las más diversas facetas del amor humano, expuesto con filantropía quizás hasta para quienes no lo merecen. En estas canciones – a pesar del riesgo artístico que corre el autor por ser las menos conocidas o famosas y, por ende, susceptibles de enjuiciamientos prematuros— se advierte la acostumbrada calidad literaria y melódica de su obra. Se aprecia la transparencia de la prosa, la ternura y el humanismo en Federico, con una dedicatoria: “A Federico Smith in memorian”, semblanza del compositor, orquestador y profesor estadounidense radicado en Cuba (fallecido hace unos años) de alta sabiduría y expresa sencillez, maestro de todos y lamentablemente nombrado por pocos. Ocho de octubre del 89 parece reflejar un desgarramiento, salvado por la lozanía con que fue construida su melodía, sin rebuscados giros y subrayando reiteraciones de frases al final.
Quién fuera trae de recuerdo el metodismo al estilo de Lennon y Mc Cartney, con un mensaje lleno de optimismo y candor; en la refinada ironía de Qué distracción reposa el intimismo y la cadencia del bolero cubano y en El güije (escúchela en detalle) cierta melancolía que la lozanía del buen son criollo “a lo Matamoros” se ocupa de enmascarar. En La ilusión vuelve a respirarse la influencia de los ex-Beatles con la cercanía de la balada a flor de piel. Su texto plasma la poesía de lo cotidiano y la orquestación alcanza un clímax sonoro para dar paso a la Coda. Ella reclama un reposo y a su vez, desde el punto de vista armónico (sin pretender hacer citas textuales) entronca con el tema de la conocida Variación No. 18 de la Rapsodia sobre un tema de Paganini Op. 43, de Rachmaninov. Luego, lleva un resumen con la esencia de todas las ideas expuestas. En la Suite al amor se encierra el Silvio más diverso y singularmente personal, el de siempre pero maduro en la concepción sonora de lo que musicaliza. La traducción a la orquesta, creada por Márquez, evidencia la magnitud de una labor profesionalmente superior.