Por: Víctor Casaus
de del 2010
de del 2010
Eso es lo que pienso cuando me sitúo ante la amenazadora cuartilla (pantalla) en blanco para escribir esta nota sobre/para la presentación del nuevo disco de Silvio Segunda cita. Coincidencias (o más bien divergencias) de fechas no me permitirán estar en la Sala Che Guevara de la Casa de las Américas, como querría, como quiero, cuando el trovador presente esta nueva obra suya.
Tengo entonces aquí, además de esa riqueza insustituible de la experiencia y la memoria compartidas, los comentarios que escribió el trovador sobre las canciones del disco, mis propias notas nacidas de las ideas que proponen los textos/los poemas de esas canciones y el eco de la pre-audición hecha, hace algunas semanas, en la pequeña cabina de sonido de Ojalá, junto al amigo Joaquín Borges-Triana, con la compañía amable de Olimpia y Ana Lourdes, cuando la Segunda cita sonó por primera vez para nosotros, proponiendo laberintos desde su compleja sencillez, avizorando alegrías desde su óptica a veces grave, intuyendo amor desde una ética que va de cita en cita, como la vida misma, construyéndonos —ad astra per aspera— interminables. Hacia los astros a través de la adversidad, como nos explicaba-traducía, en las aulas de la Escuela de Letras, aquella profesora de Latín, sabia e inolvidable. Apelo al latinazgo —recurso generalmente abominable— porque en este caso no lo es: esa frase es parte de la memoria común nuestra de aquellos años cuando recorríamos, sin itinerario previsto ni horarios rígidos, como debe ser, la ruta Universidad-heladería Coppelia-nait club El cóctel, entre otras paradas no menos inquietantes y disfrutables.
La frase vino al territorio de esta nota probablemente porque traza un arco definido —compartible quizás para algunos— en el recorrido de la obra y la vida de este creador interminable, de muchas otras vidas, pienso yo, y del entorno histórico en que todo eso se ha movido. No en balde este disco está dedicado al medio siglo del triunfo revolucionario de 1959 y (para ir adelantando la riqueza de la complejidad que mencionaré brevemente después) a los bicentenarios de Edgar Allan Poe y Charles Darwin, quienes recorrieron caminos divergentes y complementarios, como tantas veces sucede.
Lo más importante probablemente sea que, entre búsquedas, amores, incomprensiones, reafirmaciones y asperezas, la obra del trovador continúa transitando.
La frase, así sin complementos directos o indirectos, ya contiene esta riqueza mayor en sí misma: transitar, sin detenerse, avanzar -entre el acierto, el error y la esperanza- es, o debiera ser, señal de nuestra época. Esta segunda cita con el trovador reafirma que esa sigue siendo su vocación y que la cumple.
Y ahora, con complementos: esta obra transita, en sus textos, en su poética, de la exuberancia (que llegó a ser barroca en canciones memorables) a esta sencillez expresiva que desnuda la palabra para entregarnos esa (otra) forma del compromiso que la vida llama belleza. Los textos de estas canciones encuentran su camino de comunicación mejor con la utilización sabia de la economía de recursos y la claridad de sus propuestas a través, por supuesto, de esa vía, esa sustancia mágica e indefinible que es la poesía. Ese lenguaje rinde tributo también, creo, a la poderosa sencillez de Yupanqui, el don Ata a quien Silvio dedicó, con admiración, uno de sus discos. Desde esa madurez sostenida que ha alcanzado la obra de Silvio, ambos pudieran advertir a los observadores erráticos: Por favor, no confundir sencillez con simpleza.
El mejor cine, la mejor literatura, la mejor canción, el mejor pensamiento (el que es capaz de consolidar verdades reafirmadoras y transformarse, a su vez, creadoramente) han construido sus realizaciones artísticas, sociales mediante la búsqueda y la expresión de la complejidad, que ha servido para indagar, analizar, proponer: ayudarnos a vivir y a encontrar caminos y respuestas. Las canciones de esta Segunda cita parten de esa poética/política que jerarquiza los aspectos éticos, abre puertas y se juega otra vez, analizando la realidad desde la complejidad, la autenticidad y la participación diáfana y comprometida:
Dijo Guevara el humano
que ningún intelectual
debe ser asalariado
del pensamiento oficial.
Este disco apela a la diversidad, también musical, en su propuesta de comunicación cómplice: “un poquito de rock, además de baladas, sones y danzones”, nos dice el trovador. Y el inventario de referencias humanas y culturales contenido en textos o dedicatorias (el propio Che, Violeta Parra, Gabriel García Márquez, César Portillo de la Luz) subraya esa diversidad y se nutre también de ella. Desde sus canciones iniciales, la diversidad ha sido raíz de la expresión artística de Silvio (presente también en el ejercicio de otras artes: el dibujo, la fotografía), dentro de la unidad que supone su pensamiento y su obra toda.
¿No estará diciéndonos, metáfora de metáforas, que través de esa diversidad dentro de la unidad están los caminos de nuestras citas más entrañables: las de la Patria y el amor -que son la misma cita interminable- en los destellos y las asperezas y las luces y las sombras de nuestro andar personal y colectivo?
Desde la misma madurez sostenida que ha alcanzado la obra de Silvio, también pudiéramos advertir en este punto a los mismos (u otros) observadores erráticos: Por favor, no confundir unidad con pobreza de pensamiento y espíritu.
Desde mi pre-audición anticipada y después de la lectura de los textos y comentarios del autor, casi al borde de recibir el disco ya impreso, con los valores artísticos agregados por la belleza del diseño de Eduardo Moltó, llego a esta conclusión inicial que comparto ahora con ustedes: esta es una obra que pide o propone relecturas, reaudiciones, no solo por el disfrute de navegar por sus ricas diversidades musicales, sino por el reto de descubrir complicidades, mensajes, sugerencias, avisos, sobre nuestra realidad.
En este tiempo de búsquedas, reafirmaciones necesarias y cambios imprescindibles en diversas esferas de la vida social, atendamos a la palabra del poeta: a ver si al fin la lucidez del alma nos visita.
Si no hemos ido logrando ser un tilín mejores desde aquella primera cita con los ángeles de la luz y de la historia universal, esta segunda convocatoria (en la que el trovador paga deudas con “las cuitas de los ángeles de mi tierra”) también parece decirnos que es posible -siempre- intentarlo de nuevo. Por eso, moviendo la cámara hacia otro encuadre, Silvio ajusta su foco de trovador antiguo que se renueva en esta cita revisitada, ahora con los ángeles y ciertos demonios externos e internos, con la ética que propone para esta Isla que “como Prometeo, desafió los designios olímpicos entregando el fuego a los mortales”.
Y siempre, eso sí, con el amor y siempre, también, con la imaginación que es, como sabemos, esa otra forma de la belleza que el amor llama compromiso.
Palabras de Víctor Casaus -leídas por Vicente Feliú- para la presentación del CD Segunda Cita, el 26 de marzo de 2010 en Casa de las Américas.
Tengo entonces aquí, además de esa riqueza insustituible de la experiencia y la memoria compartidas, los comentarios que escribió el trovador sobre las canciones del disco, mis propias notas nacidas de las ideas que proponen los textos/los poemas de esas canciones y el eco de la pre-audición hecha, hace algunas semanas, en la pequeña cabina de sonido de Ojalá, junto al amigo Joaquín Borges-Triana, con la compañía amable de Olimpia y Ana Lourdes, cuando la Segunda cita sonó por primera vez para nosotros, proponiendo laberintos desde su compleja sencillez, avizorando alegrías desde su óptica a veces grave, intuyendo amor desde una ética que va de cita en cita, como la vida misma, construyéndonos —ad astra per aspera— interminables. Hacia los astros a través de la adversidad, como nos explicaba-traducía, en las aulas de la Escuela de Letras, aquella profesora de Latín, sabia e inolvidable. Apelo al latinazgo —recurso generalmente abominable— porque en este caso no lo es: esa frase es parte de la memoria común nuestra de aquellos años cuando recorríamos, sin itinerario previsto ni horarios rígidos, como debe ser, la ruta Universidad-heladería Coppelia-nait club El cóctel, entre otras paradas no menos inquietantes y disfrutables.
La frase vino al territorio de esta nota probablemente porque traza un arco definido —compartible quizás para algunos— en el recorrido de la obra y la vida de este creador interminable, de muchas otras vidas, pienso yo, y del entorno histórico en que todo eso se ha movido. No en balde este disco está dedicado al medio siglo del triunfo revolucionario de 1959 y (para ir adelantando la riqueza de la complejidad que mencionaré brevemente después) a los bicentenarios de Edgar Allan Poe y Charles Darwin, quienes recorrieron caminos divergentes y complementarios, como tantas veces sucede.
Lo más importante probablemente sea que, entre búsquedas, amores, incomprensiones, reafirmaciones y asperezas, la obra del trovador continúa transitando.
La frase, así sin complementos directos o indirectos, ya contiene esta riqueza mayor en sí misma: transitar, sin detenerse, avanzar -entre el acierto, el error y la esperanza- es, o debiera ser, señal de nuestra época. Esta segunda cita con el trovador reafirma que esa sigue siendo su vocación y que la cumple.
Y ahora, con complementos: esta obra transita, en sus textos, en su poética, de la exuberancia (que llegó a ser barroca en canciones memorables) a esta sencillez expresiva que desnuda la palabra para entregarnos esa (otra) forma del compromiso que la vida llama belleza. Los textos de estas canciones encuentran su camino de comunicación mejor con la utilización sabia de la economía de recursos y la claridad de sus propuestas a través, por supuesto, de esa vía, esa sustancia mágica e indefinible que es la poesía. Ese lenguaje rinde tributo también, creo, a la poderosa sencillez de Yupanqui, el don Ata a quien Silvio dedicó, con admiración, uno de sus discos. Desde esa madurez sostenida que ha alcanzado la obra de Silvio, ambos pudieran advertir a los observadores erráticos: Por favor, no confundir sencillez con simpleza.
El mejor cine, la mejor literatura, la mejor canción, el mejor pensamiento (el que es capaz de consolidar verdades reafirmadoras y transformarse, a su vez, creadoramente) han construido sus realizaciones artísticas, sociales mediante la búsqueda y la expresión de la complejidad, que ha servido para indagar, analizar, proponer: ayudarnos a vivir y a encontrar caminos y respuestas. Las canciones de esta Segunda cita parten de esa poética/política que jerarquiza los aspectos éticos, abre puertas y se juega otra vez, analizando la realidad desde la complejidad, la autenticidad y la participación diáfana y comprometida:
Dijo Guevara el humano
que ningún intelectual
debe ser asalariado
del pensamiento oficial.
Este disco apela a la diversidad, también musical, en su propuesta de comunicación cómplice: “un poquito de rock, además de baladas, sones y danzones”, nos dice el trovador. Y el inventario de referencias humanas y culturales contenido en textos o dedicatorias (el propio Che, Violeta Parra, Gabriel García Márquez, César Portillo de la Luz) subraya esa diversidad y se nutre también de ella. Desde sus canciones iniciales, la diversidad ha sido raíz de la expresión artística de Silvio (presente también en el ejercicio de otras artes: el dibujo, la fotografía), dentro de la unidad que supone su pensamiento y su obra toda.
¿No estará diciéndonos, metáfora de metáforas, que través de esa diversidad dentro de la unidad están los caminos de nuestras citas más entrañables: las de la Patria y el amor -que son la misma cita interminable- en los destellos y las asperezas y las luces y las sombras de nuestro andar personal y colectivo?
Desde la misma madurez sostenida que ha alcanzado la obra de Silvio, también pudiéramos advertir en este punto a los mismos (u otros) observadores erráticos: Por favor, no confundir unidad con pobreza de pensamiento y espíritu.
Desde mi pre-audición anticipada y después de la lectura de los textos y comentarios del autor, casi al borde de recibir el disco ya impreso, con los valores artísticos agregados por la belleza del diseño de Eduardo Moltó, llego a esta conclusión inicial que comparto ahora con ustedes: esta es una obra que pide o propone relecturas, reaudiciones, no solo por el disfrute de navegar por sus ricas diversidades musicales, sino por el reto de descubrir complicidades, mensajes, sugerencias, avisos, sobre nuestra realidad.
En este tiempo de búsquedas, reafirmaciones necesarias y cambios imprescindibles en diversas esferas de la vida social, atendamos a la palabra del poeta: a ver si al fin la lucidez del alma nos visita.
Si no hemos ido logrando ser un tilín mejores desde aquella primera cita con los ángeles de la luz y de la historia universal, esta segunda convocatoria (en la que el trovador paga deudas con “las cuitas de los ángeles de mi tierra”) también parece decirnos que es posible -siempre- intentarlo de nuevo. Por eso, moviendo la cámara hacia otro encuadre, Silvio ajusta su foco de trovador antiguo que se renueva en esta cita revisitada, ahora con los ángeles y ciertos demonios externos e internos, con la ética que propone para esta Isla que “como Prometeo, desafió los designios olímpicos entregando el fuego a los mortales”.
Y siempre, eso sí, con el amor y siempre, también, con la imaginación que es, como sabemos, esa otra forma de la belleza que el amor llama compromiso.
Palabras de Víctor Casaus -leídas por Vicente Feliú- para la presentación del CD Segunda Cita, el 26 de marzo de 2010 en Casa de las Américas.