4 de Mayo del 2016
Por: Jam Albarracín
Fotos: Juan Carlos Caval
Por: Jam Albarracín
Fotos: Juan Carlos Caval
La casualidad quiso que fuera el Día del Trabajo, nueve años después de su última visita, cuando Silvio Rodríguez volviera a encararse al público murciano. Y el gran trovador, más cercano siempre al obrero que al patrón, aprovechó la coyuntura para ofrecer un concierto que no fue más brillante porque hubiese aniquilado los hemisferios cerebrales que abrazan la belleza y las emociones. A sus 69 años, el cubano sigue modulando a placer esa voz que envidian los ángeles y que, enredada en poesía, debe degustarse como un magnífico regalo.
Afortunados los presentes que disfrutamos de tan excelso recital, tan excepcional desde su inicio que apenas permitió reparar en la extrañeza que siempre supone un concierto con luz natural. Una canción de amor esta noche y la bellísima Tu soledad me abriga la garganta, ambas pertenecientes a Amoríos, su nuevo álbum de viejas composiciones inéditas, situaron bien alto un listón que no solo no bajaría durante las casi dos horas y media de auténtico aquelarre poético sino que, como cabía esperar, fue superado en un tercio final de auténtico ensueño.
Tocado con tejanos, chaqueta, boina, gafas de ver y perilla blanca de saber, Silvio Rodríguez se hizo acompañar por hasta ocho músicos que alternaron instrumental variado (batería, contrabajo, piano, tres, guitarra, marimba, percusión, bajo semiacústico, clarinete y flauta). Un acompañamiento sobrio y preciso, salpicado por los impresionistas fraseos de flauta de Niurka González, para arropar una voz con el don de la verdad. El canto del maestro tiene la luz de la mañana limpia de invierno, el aroma de la primavera en flor, la melancolía del crepúsculo otoñal, el frescor de la brisa del estío junto al mar. Y, si cabe por encima de todo, tiene la palabra. Una palabra precisa, certera, emotiva, vital. Una palabra con el sabor amor. Con los 70 a punto de caer, Silvio Rodríguez es hoy más que nunca el mejor cantautor de habla hispana.
Frente a un público educado y conocedor –nada de banderas ni de vivas a las patrias que nos parieron-, el concierto fue creciendo en su grado de conexión emocional según avanzaba. Las conocidas La maza y Quién fuera marcaron el punto de inflexión y a partir de El necio (“yo no sé lo que es el destino/ caminando fui lo que fui/ allá dios, que será divino/ yo me muero como viví”) seguir subiendo comenzó a dar vértigo.
Pero ocurrió, al menos por media hora más. Y llegó Unicornio. Y después Ojalá. Y antes San Petersburgo. Y después Te doy una canción. Y después… Después recuerdo aterrizar en casa entre restos de nubes y fragmentos de caricias y poemas. Y antes de dormirme acerté a decir gracias. Gracias, Silvio Rodríguez, gracias por el canto bello y libre, gracias por existir.
Afortunados los presentes que disfrutamos de tan excelso recital, tan excepcional desde su inicio que apenas permitió reparar en la extrañeza que siempre supone un concierto con luz natural. Una canción de amor esta noche y la bellísima Tu soledad me abriga la garganta, ambas pertenecientes a Amoríos, su nuevo álbum de viejas composiciones inéditas, situaron bien alto un listón que no solo no bajaría durante las casi dos horas y media de auténtico aquelarre poético sino que, como cabía esperar, fue superado en un tercio final de auténtico ensueño.
Tocado con tejanos, chaqueta, boina, gafas de ver y perilla blanca de saber, Silvio Rodríguez se hizo acompañar por hasta ocho músicos que alternaron instrumental variado (batería, contrabajo, piano, tres, guitarra, marimba, percusión, bajo semiacústico, clarinete y flauta). Un acompañamiento sobrio y preciso, salpicado por los impresionistas fraseos de flauta de Niurka González, para arropar una voz con el don de la verdad. El canto del maestro tiene la luz de la mañana limpia de invierno, el aroma de la primavera en flor, la melancolía del crepúsculo otoñal, el frescor de la brisa del estío junto al mar. Y, si cabe por encima de todo, tiene la palabra. Una palabra precisa, certera, emotiva, vital. Una palabra con el sabor amor. Con los 70 a punto de caer, Silvio Rodríguez es hoy más que nunca el mejor cantautor de habla hispana.
Frente a un público educado y conocedor –nada de banderas ni de vivas a las patrias que nos parieron-, el concierto fue creciendo en su grado de conexión emocional según avanzaba. Las conocidas La maza y Quién fuera marcaron el punto de inflexión y a partir de El necio (“yo no sé lo que es el destino/ caminando fui lo que fui/ allá dios, que será divino/ yo me muero como viví”) seguir subiendo comenzó a dar vértigo.
Pero ocurrió, al menos por media hora más. Y llegó Unicornio. Y después Ojalá. Y antes San Petersburgo. Y después Te doy una canción. Y después… Después recuerdo aterrizar en casa entre restos de nubes y fragmentos de caricias y poemas. Y antes de dormirme acerté a decir gracias. Gracias, Silvio Rodríguez, gracias por el canto bello y libre, gracias por existir.