4 de Abril del 2016
Por: Patricia B. Alvarez
Fotos: Gillen G. Ureta
Por: Patricia B. Alvarez
Fotos: Gillen G. Ureta
Silvio Rodríguez no venía a Euskalherria desde hace diez años y este pueblo le esperaba desde entonces. A las 8:30 de la noche del domingo 3 de abril se apagaron las luces del Velódromo de Anoeta y los aplausos de casi 6 mil personas trajeron a escena al cuarteto de jazz que integran Jorge Aragón, Jorge Reyes, Emilio Vega y Oliver Valdés. Ellos interpretaron una pieza que la gente disfrutó y aplaudió hasta que finalmente se les unieron Silvio, Niurka González y el Trío Trovarroco.
En la primera oportunidad que tuvo -después de Tonada del albedrío- el público les dio la bienvenida gritándoles “ongi etorri” desde lo más alto de las gradas. Unos minutos antes Silvio había cantado Una canción de amor esta noche y con solo un gesto había anunciado que era precisamente eso lo que quería entregarle a quienes le acompañaron anoche.
Sin dudas el concierto buscaba saldar algunas deudas con el público vasco, por eso abrió presentando varias canciones de Amoríos y otras de Segunda Cita. Venía con la clara intención de “rellenar” el tiempo de ausencia mostrando parte del trabajo que ha venido realizando en los últimos diez años.
Para el momento en que la Exposición de mujer con sombrero había conquistado largos aplausos y ovaciones, Silvio decidió dejar el escenario a los músicos de Trovarroco para que sus instrumentos se convirtieran – por un momento- en los protagonistas de la noche.
En lo que pudiera considerarse como la segunda parte de este concierto, Silvio quiso subir la parada y comenzar a cantar algunas de esas canciones que le acompañan siempre. El público le agradeció arropando su voz con un gigantesco coro para La maza, El necio y La era está pariendo un corazón. Tal fue la energía de ese coro que uno al momento comprende que este también es un pueblo de necios, un pueblo de necios donde –por qué no decirlo- se aplaude cuando un hombre dice que lo apuesta todo a la mujer, que asume vivir sin tener precio y que hay que acudir corriendo cuando lo que se nos cae es el porvenir.
Silvio sabe que Euskalherria le quiere y le quiere mucho. Por eso regresó al escenario cinco veces después de que un ángel pretendiera anunciar el final. Entonces vino una preciosa interpretación de Qué poco es conocerte, acompañado únicamente por el piano de Jorge Aragón. Luego una Pequeña serenata diurna coreada por hombres y mujeres impúdicamente felices, a lo cual le siguió la versión más clásica de Ojalá (la que escogió el público cuando Silvio les ofertó su menú de “Ojalaés”), luego un Unicornio con el encanto de permitirnos ser testigos de la hermosa desnudez de un hombre a solas con su guitarra y por último, un Querer tener riendas que le imprimió a la noche la candidez necesaria como para llegar a pensar que tal vez Donostia tenía ayer las riendas del amor en sus manos.
En la primera oportunidad que tuvo -después de Tonada del albedrío- el público les dio la bienvenida gritándoles “ongi etorri” desde lo más alto de las gradas. Unos minutos antes Silvio había cantado Una canción de amor esta noche y con solo un gesto había anunciado que era precisamente eso lo que quería entregarle a quienes le acompañaron anoche.
Sin dudas el concierto buscaba saldar algunas deudas con el público vasco, por eso abrió presentando varias canciones de Amoríos y otras de Segunda Cita. Venía con la clara intención de “rellenar” el tiempo de ausencia mostrando parte del trabajo que ha venido realizando en los últimos diez años.
Para el momento en que la Exposición de mujer con sombrero había conquistado largos aplausos y ovaciones, Silvio decidió dejar el escenario a los músicos de Trovarroco para que sus instrumentos se convirtieran – por un momento- en los protagonistas de la noche.
En lo que pudiera considerarse como la segunda parte de este concierto, Silvio quiso subir la parada y comenzar a cantar algunas de esas canciones que le acompañan siempre. El público le agradeció arropando su voz con un gigantesco coro para La maza, El necio y La era está pariendo un corazón. Tal fue la energía de ese coro que uno al momento comprende que este también es un pueblo de necios, un pueblo de necios donde –por qué no decirlo- se aplaude cuando un hombre dice que lo apuesta todo a la mujer, que asume vivir sin tener precio y que hay que acudir corriendo cuando lo que se nos cae es el porvenir.
Silvio sabe que Euskalherria le quiere y le quiere mucho. Por eso regresó al escenario cinco veces después de que un ángel pretendiera anunciar el final. Entonces vino una preciosa interpretación de Qué poco es conocerte, acompañado únicamente por el piano de Jorge Aragón. Luego una Pequeña serenata diurna coreada por hombres y mujeres impúdicamente felices, a lo cual le siguió la versión más clásica de Ojalá (la que escogió el público cuando Silvio les ofertó su menú de “Ojalaés”), luego un Unicornio con el encanto de permitirnos ser testigos de la hermosa desnudez de un hombre a solas con su guitarra y por último, un Querer tener riendas que le imprimió a la noche la candidez necesaria como para llegar a pensar que tal vez Donostia tenía ayer las riendas del amor en sus manos.