13 de Abril del 2013
Por: Alessandro Solís Lerici
Fuente: La Nación
Fotos: Silvio Rodríguez
Por: Alessandro Solís Lerici
Fuente: La Nación
Fotos: Silvio Rodríguez
La música tiene caminos infinitos: anoche, miles de costarricenses se aposaron en Tibás para escuchar canciones que nacieron en el contexto cubano –del que tantas lecturas diferentes se puede hacer y que guarda complejas diferencias con el costarricense– y que mágicamente se volvieron declaraciones universales de amor, paz y compasión.
23 años pasaron desde la última vez que el artista visitó Costa Rica. Tres presentaciones dio en aquel momento, un recuerdo que quedó muy bien almacenado en el encéfalo de los románticos de una o dos generaciones, que heredaron ese ímpetu por la obra de Silvio Rodríguez a miles de jóvenes que hasta ayer pudieron vivir un concierto suyo, en carne y hueso.
Departieron, entonces, miles de micromundos. Miles de personas que vivieron situaciones diferentes, que sufrieron (o sufren) la decepción de distintos regímenes, que se debatieron ideologías y que no necesariamente están de acuerdo entre sí mismos. Gente desemejante, cuyos pocos puntos en común coinciden con aquellas frases universales y con el tren musical que Silvio protagoniza desde las cuerdas de su guitarra acústica.
Para qué los ojos cuando los oídos reciben toda la información que se debe procesar. Para qué millones de luces elaboradas y fuegos artificiales que podrían desconcentrar al receptor del mensaje original. Para qué tanto despliegue espectacular cuando la música dice todo lo que se necesita saber.
A las 9:31 p. m., las luces del estadio Saprissa reposaron y todos los ojos se enfocaron en el escenario. “Vamos a ver a Silvio”, comentaban algunos, extasiados, emocionados y todavía un poco incrédulos.
Sin ningún tipo de charla introductoria, Silvio Rodríguez posó sobre el entarimado luego de una introducción a dos guitarras y un bajo. Con sombrero blanco y una barba canosa, el cubano entró al escenario, se cambió los anteojos y empezó a cantar Segunda cita.
Parte de su álbum del mismo nombre, lanzado en el 2010, Segunda cita fue la primera ocasión en la que el artista se salió del protocolo e interpretó canciones no tan conocidas en nuestro país.
Niurka González, su cónyuge, figuró desde ese momento, en la flauta y el clarinete, sentada a su lado y formando parte de su banda de apoyo, respaldada por pequeñas luces azules, que le hacían segundas a las estrellas del viernes.
“Buenas noches, tanto tiempo”, fueron sus primeras palabras, con el labio medio majado. “Viva Cuba, viva Costa Rica, viva Venezuela, viva Bolivia, viva Ecuador, viva Puerto Rico”, exclamó, indudablemente recibiendo el aplauso masivo del público costarricense.
Días y flores fue el segundo tema de la velada, antes de San Petersburgo, una canción que, según contó, nació en un avión de La Habana a México, que hizo escala en Cancún y que vio a Silvio compartir con Gabriel García Márquez.
De regreso a los inicios del legendario cantautor, El mayor fue la más coreada de esa primera parte del concierto. El tema pertenece a aquel famoso disco debut de Silvio, Días y flores, publicado en 1975.
Nunca cedió el público a ese educador actor de recibir el arte en la cara, de procesar el momento preciado que se vivía y simplemente demostrar un respeto profundo por un maestro de esa índole.
No muchos se levantaban de su asiento, y algunos más bien aprovechaban la posición para disimular un poco la montaña rusa de emociones que tonadas como Canción del elegido los hacía sentir.
“Lo hermoso nos cuesta la vida”, le coreaba el estadio completo a Silvio, en medio de esa fulminante balada en pro de la paz.
Al cierre de esta edición, el concierto apenas había avanzado hacia las seis canciones, de un total de aproximadamente 15 que habían prometido las productoras Evenpro y Ariel Rivas Entertainment.
23 años pasaron desde la última vez que el artista visitó Costa Rica. Tres presentaciones dio en aquel momento, un recuerdo que quedó muy bien almacenado en el encéfalo de los románticos de una o dos generaciones, que heredaron ese ímpetu por la obra de Silvio Rodríguez a miles de jóvenes que hasta ayer pudieron vivir un concierto suyo, en carne y hueso.
Departieron, entonces, miles de micromundos. Miles de personas que vivieron situaciones diferentes, que sufrieron (o sufren) la decepción de distintos regímenes, que se debatieron ideologías y que no necesariamente están de acuerdo entre sí mismos. Gente desemejante, cuyos pocos puntos en común coinciden con aquellas frases universales y con el tren musical que Silvio protagoniza desde las cuerdas de su guitarra acústica.
Para qué los ojos cuando los oídos reciben toda la información que se debe procesar. Para qué millones de luces elaboradas y fuegos artificiales que podrían desconcentrar al receptor del mensaje original. Para qué tanto despliegue espectacular cuando la música dice todo lo que se necesita saber.
A las 9:31 p. m., las luces del estadio Saprissa reposaron y todos los ojos se enfocaron en el escenario. “Vamos a ver a Silvio”, comentaban algunos, extasiados, emocionados y todavía un poco incrédulos.
Sin ningún tipo de charla introductoria, Silvio Rodríguez posó sobre el entarimado luego de una introducción a dos guitarras y un bajo. Con sombrero blanco y una barba canosa, el cubano entró al escenario, se cambió los anteojos y empezó a cantar Segunda cita.
Parte de su álbum del mismo nombre, lanzado en el 2010, Segunda cita fue la primera ocasión en la que el artista se salió del protocolo e interpretó canciones no tan conocidas en nuestro país.
Niurka González, su cónyuge, figuró desde ese momento, en la flauta y el clarinete, sentada a su lado y formando parte de su banda de apoyo, respaldada por pequeñas luces azules, que le hacían segundas a las estrellas del viernes.
“Buenas noches, tanto tiempo”, fueron sus primeras palabras, con el labio medio majado. “Viva Cuba, viva Costa Rica, viva Venezuela, viva Bolivia, viva Ecuador, viva Puerto Rico”, exclamó, indudablemente recibiendo el aplauso masivo del público costarricense.
Días y flores fue el segundo tema de la velada, antes de San Petersburgo, una canción que, según contó, nació en un avión de La Habana a México, que hizo escala en Cancún y que vio a Silvio compartir con Gabriel García Márquez.
De regreso a los inicios del legendario cantautor, El mayor fue la más coreada de esa primera parte del concierto. El tema pertenece a aquel famoso disco debut de Silvio, Días y flores, publicado en 1975.
Nunca cedió el público a ese educador actor de recibir el arte en la cara, de procesar el momento preciado que se vivía y simplemente demostrar un respeto profundo por un maestro de esa índole.
No muchos se levantaban de su asiento, y algunos más bien aprovechaban la posición para disimular un poco la montaña rusa de emociones que tonadas como Canción del elegido los hacía sentir.
“Lo hermoso nos cuesta la vida”, le coreaba el estadio completo a Silvio, en medio de esa fulminante balada en pro de la paz.
Al cierre de esta edición, el concierto apenas había avanzado hacia las seis canciones, de un total de aproximadamente 15 que habían prometido las productoras Evenpro y Ariel Rivas Entertainment.