1 de Abril del 2019
Por: Mónica Rivero
Fuente: OnCuba
Fotos: Kaloian
Por: Mónica Rivero
Fuente: OnCuba
Fotos: Kaloian
“Ma-ra-vi-llo-so”, dijo María Elena López cuando le preguntaron por el concierto de Silvio Rodríguez a las puertas de su casa en Jesús del Monte. “Mi casa se está cayendo, pero hoy estoy contenta”. Por su barrio pasó el 27 de enero el tornado que barrió media Habana, aunque hacía mucho que esas casas estaban en ruinas.
Son estos los entornos que han definido la ruta de la Gira por los barrios, estos han sido los rostros y las historias. Siguiendo la trayectoria de Silvio, sus músicos y sus invitados a lo largo de ya casi diez años, bien se puede dibujar un mapa del empobrecimiento en La Habana.
Pero la Gira no solo ha estado en La Habana, ha salido de la capital para tocar lejos de los teatros también en Santa Clara, Holguín, Cienfuegos… Hubo además conciertos públicos en España y Argentina, desmintiendo el mito de que solo era posible hacerlo en Cuba.
No es la única desmitificación. Silvio aún se aparta del estrellato y regresa cada vez al tipo de presentaciones que realizaban los de su generación, cuando era un muchacho con botas y guitarra. Devuelve su capital artístico a la base de su tradición como trovador. En el barrio, el reguetón sí puede convivir con la rumba, la timba, la música clásica y cualquier otra que se ofrezca en gesto generoso. El barrio no solo necesita cemento y asfalto, agua y comida, necesita música y opción para expresar su sensibilidad. El concierto en el barrio funciona como un espejo donde la gente se puede mirar y recordarse o reencontrarse con algo que también los identifica y los hace parte.
El derrumbe de todos estos mitos, el del artista encerrado en sus circuitos, el de la incomunicación entre lo culto y lo popular, el de la economía como primera y única necesidad, el de que en Cuba todos somos iguales y tenemos las mismas oportunidades, lo pude comprobar gracias a esta gira cuando empezaba a ser periodista (o a intentarlo, como todavía).
A lo largo de cinco años (2011-2016) acompañé estas presentaciones para escribir sobre ellas. Tuve la oportunidad de ver de cerca a consagrados de la cultura cubana haciendo este regalo y ser testigo de cómo se recibía y todo lo que se entregaba a cambio.
En decenas y decenas de conciertos vi la constancia con que Silvio y su equipo organizaban cada uno de estos eventos con la misma calidad que si fuera para el más grande de los escenarios internacionales. “Nunca nos planteamos ‘hacer una actividad’ para los vecinos, sino hacer un verdadero concierto en cada barrio”, ha dicho el trovador.
Antes de trabajar en la gira, ya conocía muchos de los barrios, pero ignoraba la dimensión de sus dramas, su verdadero tamaño y alcance. En un punto, las historias comenzaban a repetirse, se mostraban las mismas marcas por la emigración, el envejecimiento, la soledad, la precariedad, la supervivencia, la frustración… mezcladas con cierta inocencia, con una resignada alegría. Y el día del concierto, desde la preparación hasta la ovación final y el desmontaje del escenario, era un portal hacia otra vida, otra forma de vivirla.
“La opción de ir a los barrios también es una forma de continuar un compromiso humano, por más que las posibilidades económicas y los vientos históricos soplen hacia otro lado”, dijo Silvio hace tres años. “Y cuando se nos acaben los barrios, empezamos otra vez por el principio”.
“Nos hemos enamorado de lo que sucede”, ha dicho alguna vez; aunque no está “matando el aburrimiento, lo hacemos porque pensamos que es necesario".
Ha transcurrido una década desde el primer concierto, que no ocurrió como arrancada de este viaje, sino que el viaje inesperadamente lo siguió después.
“No es fácil a mi edad –dijo Silvio en 2015– encontrar un camino. Los caminos se suelen encontrar siendo más joven, pero ya después de los 60, volver a encontrar un camino es una fortuna. Yo soy un afortunado. De verdad”.
Como se lee en un cartel en el público, recordando su canción “Mariko-san”, “hoy debiera contar hasta 100… y luego soñar”, que trocaron por un “seguir” que también aplica.
Han pasado diez años, y las escenas se acumulan y surgen en la memoria como flashazos. Silvio sosteniendo dos paraguas, uno en cada mano, para que dos niños del barrio canten sin mojarse con la lluvia. Silvio cantando a Juan Formell, a Sara González o Santiago Feliú. Omara Portuondo en “La era…”, por primera vez a dúo con su autor y en vivo. El ex presidiario que escuchó a Silvio en la cárcel y lo ve en su barrio, ya en libertad. El concierto en pleno apagón de media isla, cuando la gira cumplía 2 años. Silvio en tono íntimo haciendo un chiste: le pedían “Unicornio” y antes de cantarla dice: “Déjenme ver si lo encuentro, porque la verdad es que se me perdió”.
No estuve en el concierto del viernes, pero Kaloian Santos fue mis ojos y en sus fotos me reencuentro con todo lo vivido. “Fueron casi dos horas de concierto, y se notó que no era solo un concierto más. Silvio dijo que quería leer el nombre de todos los ‘invisibles imprescindibles'”. Se refiere a cada uno de los que participan en la preparación del concierto y garantiza que todo salga bien, en luces, sonido, montaje, transporte, alimentación, coordinación… también a los que trabajan en el registro: fotógrafos y realizadores. “La lista fue larga, pero mencionó a cada uno. Dijo que quería darse ese gusto”.
“A la hora del concierto, a muchos de esos que estaban batiendo mezcla más temprano, cuando recorrí el barrio, los vi entre el público…”: una constante de esta gira. La gente no asiste a un centro donde el arte ocurre, sino que el hecho artístico toma el espacio cotidiano y se inserta en la propia dinámica de quienes lo habitan. Los invitados esta vez fueron Yoruba Andabo “y pusieron a bailar todo aquello”, cuenta el fotógrafo.
Cuando la gira llegó a sus primeros 50 conciertos, exactamente la mitad de los celebrados hasta hoy, el número “cerrado” me sedujo para recuento. Se da la ilusión de que la gira es equivalente al número de años o de presentaciones, de que toda su verdad se puede resolver en un cálculo espacial o de tiempo, pensé entonces, y ahora. A propósito de aquel concierto 50, en Buena Vista, escribí:
Esta gira es del tamaño de un solo gesto perdido entre el público, en una multitud en la oscuridad, un gesto inadvertido, solitario, repetido acaso mil veces. La gira es perpetua como la imagen fotografiada de ese rostro, de ese gesto, que lo congelaría para siempre, que lo proyectaría en un solo instante sobre el infinito, diminuto y trascendente. La Gira es del tamaño de una fotografía cualquiera que no se ha hecho todavía, una fotografía cualquiera que ya no importa si se hace alguna vez.
Son estos los entornos que han definido la ruta de la Gira por los barrios, estos han sido los rostros y las historias. Siguiendo la trayectoria de Silvio, sus músicos y sus invitados a lo largo de ya casi diez años, bien se puede dibujar un mapa del empobrecimiento en La Habana.
Pero la Gira no solo ha estado en La Habana, ha salido de la capital para tocar lejos de los teatros también en Santa Clara, Holguín, Cienfuegos… Hubo además conciertos públicos en España y Argentina, desmintiendo el mito de que solo era posible hacerlo en Cuba.
No es la única desmitificación. Silvio aún se aparta del estrellato y regresa cada vez al tipo de presentaciones que realizaban los de su generación, cuando era un muchacho con botas y guitarra. Devuelve su capital artístico a la base de su tradición como trovador. En el barrio, el reguetón sí puede convivir con la rumba, la timba, la música clásica y cualquier otra que se ofrezca en gesto generoso. El barrio no solo necesita cemento y asfalto, agua y comida, necesita música y opción para expresar su sensibilidad. El concierto en el barrio funciona como un espejo donde la gente se puede mirar y recordarse o reencontrarse con algo que también los identifica y los hace parte.
El derrumbe de todos estos mitos, el del artista encerrado en sus circuitos, el de la incomunicación entre lo culto y lo popular, el de la economía como primera y única necesidad, el de que en Cuba todos somos iguales y tenemos las mismas oportunidades, lo pude comprobar gracias a esta gira cuando empezaba a ser periodista (o a intentarlo, como todavía).
A lo largo de cinco años (2011-2016) acompañé estas presentaciones para escribir sobre ellas. Tuve la oportunidad de ver de cerca a consagrados de la cultura cubana haciendo este regalo y ser testigo de cómo se recibía y todo lo que se entregaba a cambio.
En decenas y decenas de conciertos vi la constancia con que Silvio y su equipo organizaban cada uno de estos eventos con la misma calidad que si fuera para el más grande de los escenarios internacionales. “Nunca nos planteamos ‘hacer una actividad’ para los vecinos, sino hacer un verdadero concierto en cada barrio”, ha dicho el trovador.
Antes de trabajar en la gira, ya conocía muchos de los barrios, pero ignoraba la dimensión de sus dramas, su verdadero tamaño y alcance. En un punto, las historias comenzaban a repetirse, se mostraban las mismas marcas por la emigración, el envejecimiento, la soledad, la precariedad, la supervivencia, la frustración… mezcladas con cierta inocencia, con una resignada alegría. Y el día del concierto, desde la preparación hasta la ovación final y el desmontaje del escenario, era un portal hacia otra vida, otra forma de vivirla.
“La opción de ir a los barrios también es una forma de continuar un compromiso humano, por más que las posibilidades económicas y los vientos históricos soplen hacia otro lado”, dijo Silvio hace tres años. “Y cuando se nos acaben los barrios, empezamos otra vez por el principio”.
“Nos hemos enamorado de lo que sucede”, ha dicho alguna vez; aunque no está “matando el aburrimiento, lo hacemos porque pensamos que es necesario".
Ha transcurrido una década desde el primer concierto, que no ocurrió como arrancada de este viaje, sino que el viaje inesperadamente lo siguió después.
“No es fácil a mi edad –dijo Silvio en 2015– encontrar un camino. Los caminos se suelen encontrar siendo más joven, pero ya después de los 60, volver a encontrar un camino es una fortuna. Yo soy un afortunado. De verdad”.
Como se lee en un cartel en el público, recordando su canción “Mariko-san”, “hoy debiera contar hasta 100… y luego soñar”, que trocaron por un “seguir” que también aplica.
Han pasado diez años, y las escenas se acumulan y surgen en la memoria como flashazos. Silvio sosteniendo dos paraguas, uno en cada mano, para que dos niños del barrio canten sin mojarse con la lluvia. Silvio cantando a Juan Formell, a Sara González o Santiago Feliú. Omara Portuondo en “La era…”, por primera vez a dúo con su autor y en vivo. El ex presidiario que escuchó a Silvio en la cárcel y lo ve en su barrio, ya en libertad. El concierto en pleno apagón de media isla, cuando la gira cumplía 2 años. Silvio en tono íntimo haciendo un chiste: le pedían “Unicornio” y antes de cantarla dice: “Déjenme ver si lo encuentro, porque la verdad es que se me perdió”.
No estuve en el concierto del viernes, pero Kaloian Santos fue mis ojos y en sus fotos me reencuentro con todo lo vivido. “Fueron casi dos horas de concierto, y se notó que no era solo un concierto más. Silvio dijo que quería leer el nombre de todos los ‘invisibles imprescindibles'”. Se refiere a cada uno de los que participan en la preparación del concierto y garantiza que todo salga bien, en luces, sonido, montaje, transporte, alimentación, coordinación… también a los que trabajan en el registro: fotógrafos y realizadores. “La lista fue larga, pero mencionó a cada uno. Dijo que quería darse ese gusto”.
También se colocó una pantalla donde pasaban en un loop fotografías de los 99 conciertos anteriores.
Kaloian dice que este barrio parecía “una gran microbrigada”. Había ruido de construcción por todas partes, de personas reparando lo que el tornado les llevó. “Bultos de escombros, materiales, polvo, cantidad de polvo”.
“A la hora del concierto, a muchos de esos que estaban batiendo mezcla más temprano, cuando recorrí el barrio, los vi entre el público…”: una constante de esta gira. La gente no asiste a un centro donde el arte ocurre, sino que el hecho artístico toma el espacio cotidiano y se inserta en la propia dinámica de quienes lo habitan. Los invitados esta vez fueron Yoruba Andabo “y pusieron a bailar todo aquello”, cuenta el fotógrafo.
Cuando la gira llegó a sus primeros 50 conciertos, exactamente la mitad de los celebrados hasta hoy, el número “cerrado” me sedujo para recuento. Se da la ilusión de que la gira es equivalente al número de años o de presentaciones, de que toda su verdad se puede resolver en un cálculo espacial o de tiempo, pensé entonces, y ahora. A propósito de aquel concierto 50, en Buena Vista, escribí:
Esta gira es del tamaño de un solo gesto perdido entre el público, en una multitud en la oscuridad, un gesto inadvertido, solitario, repetido acaso mil veces. La gira es perpetua como la imagen fotografiada de ese rostro, de ese gesto, que lo congelaría para siempre, que lo proyectaría en un solo instante sobre el infinito, diminuto y trascendente. La Gira es del tamaño de una fotografía cualquiera que no se ha hecho todavía, una fotografía cualquiera que ya no importa si se hace alguna vez.