11 de Septiembre del 2012
Por: Mónica Rivero
Fuente: Cubadebate
Fotos: Alejandro Ramírez
Por: Mónica Rivero
Fuente: Cubadebate
Fotos: Alejandro Ramírez
9 de septiembre: llega el segundo año, los veinticuatro meses exactos desde aquella tarde en que Silvio Rodríguez llegó a La Corbata y, sobre un escenario en la calle, cantó para los vecinos del lugar. A ese le siguieron 32 barrios, y llega esta noche el número 34. Hoy en Micro X, Alamar.
Desde temprano hay mucha gente del vecindario. Está también la Tropa Cósmica, un grupo de amigos de diferentes países, unidos por el amor a la nueva trova, y por ser, como se llaman, “silviófilos”.
Llegaba, sí, el concierto 34. Todos lo esperaban, era seguro. Pero pareció de pronto que no, que en el horizonte se desdibujaba la posibilidad, potencial catástrofe: la planta eléctrica que se emplea en todas las presentaciones no está. Según algunos cálculos, no podrán trasladarla desde el Cotorro con tiempo suficiente para que el concierto empiece a la hora prevista: las 8 de la noche. Claro que se podría retrasar… Y es esa la resolución.
Nada, un pequeño revés, un tropiezo que no había ocurrido nunca antes, pero que no resulta mayor altercado. El susto pasa. Alivio, sosiego. Pero la calma no dura mucho.
Un apagón. Total, completo, tremendo. Para casi todos, se lleva con la luz eléctrica la certeza de ver y escuchar a Silvio y sus invitados. Está la planta, pero su prioridad es el escenario, el sonido, las luces; todo lo demás permanecerá negro en esta noche sin luna. Sé que los responsables del orden advierten entonces que sin luz para el público “la cosa” peligra, que no es sensato hacer un concierto a oscuras, que hay demasiada gente concentrada en ese lugar, y no habría manera de tomar una medida en caso de cualquier acontecimiento adverso… Pero es a Silvio, que está por llegar, a quien reservan la decisión definitiva.
Aparece por fin al fondo de una calle oscura. Entra a la casa de la comunidad que se brindó para acogerlo, y se entera de la situación. Le informan que se trata de una rotura de gran envergadura: falta el fluido eléctrico desde Camagüey hasta Pinar del Río, y se cree que pasarán cinco o seis antes de que el servicio sea restablecido. Le advierten que no es prudente, que mire, que la seguridad… Él, que ha cantado bajo aguaceros, que ha cantado después de ascender 1974 metros sobre el nivel del mar, que se ha presentado en fábricas, universidades, campamentos militares, que ha interpretado sus canciones cerca del silbido de las balas…, hace una pausa y pregunta en tono retórico:
-¿Cuántos conciertos hemos hecho?
- 33- contesta alguien del equipo.
- ¿Cuántas broncas hemos tenido?
- Ninguna.
No añade nada entonces. Eso lo decide todo: el concierto va. La gente no puede irse después de haber esperado tanto. Todo saldrá muy bien: “Ustedes verán”.
Es una casualidad grande que con lo mucho que acostumbra a llevar alguna linterna consigo, ahora no tenga ninguna, comenta cambiando el tema. Estoy cerca y lo escucho. Le ofrezco la luz de la mía. Lo veo y me pregunto si al cabo de 33 conciertos en barrios con características similares, la experiencia le reserva todavía espacio para el asombro, para la sorpresa. Me animo a compartirle la interrogante, y entre los acordes de su guitarra –que está afinando–, me cuenta: “Nosotros realmente empezamos un poco ciegos, y se nos han ido abriendo los ojos por el camino. Un poco ya sabemos de qué se trata; pero cada concierto lo hemos vivido como una experiencia diferente al resto. Los repertorios –aunque a veces han sido parecidos– han funcionado distinto en cada barrio. Cada lugar es único, y cada sitio al que llegamos es como un lugar virgen. Son tantas las sorpresas…” Y lo que ha sucedido hoy da crédito.
Pero también hay constantes: “No ha cambiado la situación que motivó esta gira: la de los barrios menos favorecidos, los más pobres y más marginados. Dudo que mientras viva, eso cambie radicalmente. Ojalá mejore un poco, eso espero, y se haga menos necesaria esta labor que estamos realizando. Pero yo no pienso en eso, yo pienso que esta gira no va a terminar nunca”.
- ¿Por qué vale la pena hacerla?
- …porque la gente lo agradece y porque la cultura está en todas partes.
Una hora y 25 minutos después del horario planificado inicialmente, empieza uno de los más extraordinarios conciertos de la Gira por los barrios. Quisiera solo agregar, si insistiera alguien en decir que el concierto 34 no era lo más prudente, lo más sensato: Feliz imprudencia, bendita insensatez…
Desde temprano hay mucha gente del vecindario. Está también la Tropa Cósmica, un grupo de amigos de diferentes países, unidos por el amor a la nueva trova, y por ser, como se llaman, “silviófilos”.
Llegaba, sí, el concierto 34. Todos lo esperaban, era seguro. Pero pareció de pronto que no, que en el horizonte se desdibujaba la posibilidad, potencial catástrofe: la planta eléctrica que se emplea en todas las presentaciones no está. Según algunos cálculos, no podrán trasladarla desde el Cotorro con tiempo suficiente para que el concierto empiece a la hora prevista: las 8 de la noche. Claro que se podría retrasar… Y es esa la resolución.
Nada, un pequeño revés, un tropiezo que no había ocurrido nunca antes, pero que no resulta mayor altercado. El susto pasa. Alivio, sosiego. Pero la calma no dura mucho.
Un apagón. Total, completo, tremendo. Para casi todos, se lleva con la luz eléctrica la certeza de ver y escuchar a Silvio y sus invitados. Está la planta, pero su prioridad es el escenario, el sonido, las luces; todo lo demás permanecerá negro en esta noche sin luna. Sé que los responsables del orden advierten entonces que sin luz para el público “la cosa” peligra, que no es sensato hacer un concierto a oscuras, que hay demasiada gente concentrada en ese lugar, y no habría manera de tomar una medida en caso de cualquier acontecimiento adverso… Pero es a Silvio, que está por llegar, a quien reservan la decisión definitiva.
Aparece por fin al fondo de una calle oscura. Entra a la casa de la comunidad que se brindó para acogerlo, y se entera de la situación. Le informan que se trata de una rotura de gran envergadura: falta el fluido eléctrico desde Camagüey hasta Pinar del Río, y se cree que pasarán cinco o seis antes de que el servicio sea restablecido. Le advierten que no es prudente, que mire, que la seguridad… Él, que ha cantado bajo aguaceros, que ha cantado después de ascender 1974 metros sobre el nivel del mar, que se ha presentado en fábricas, universidades, campamentos militares, que ha interpretado sus canciones cerca del silbido de las balas…, hace una pausa y pregunta en tono retórico:
-¿Cuántos conciertos hemos hecho?
- 33- contesta alguien del equipo.
- ¿Cuántas broncas hemos tenido?
- Ninguna.
No añade nada entonces. Eso lo decide todo: el concierto va. La gente no puede irse después de haber esperado tanto. Todo saldrá muy bien: “Ustedes verán”.
Es una casualidad grande que con lo mucho que acostumbra a llevar alguna linterna consigo, ahora no tenga ninguna, comenta cambiando el tema. Estoy cerca y lo escucho. Le ofrezco la luz de la mía. Lo veo y me pregunto si al cabo de 33 conciertos en barrios con características similares, la experiencia le reserva todavía espacio para el asombro, para la sorpresa. Me animo a compartirle la interrogante, y entre los acordes de su guitarra –que está afinando–, me cuenta: “Nosotros realmente empezamos un poco ciegos, y se nos han ido abriendo los ojos por el camino. Un poco ya sabemos de qué se trata; pero cada concierto lo hemos vivido como una experiencia diferente al resto. Los repertorios –aunque a veces han sido parecidos– han funcionado distinto en cada barrio. Cada lugar es único, y cada sitio al que llegamos es como un lugar virgen. Son tantas las sorpresas…” Y lo que ha sucedido hoy da crédito.
Pero también hay constantes: “No ha cambiado la situación que motivó esta gira: la de los barrios menos favorecidos, los más pobres y más marginados. Dudo que mientras viva, eso cambie radicalmente. Ojalá mejore un poco, eso espero, y se haga menos necesaria esta labor que estamos realizando. Pero yo no pienso en eso, yo pienso que esta gira no va a terminar nunca”.
- ¿Por qué vale la pena hacerla?
- …porque la gente lo agradece y porque la cultura está en todas partes.
Una hora y 25 minutos después del horario planificado inicialmente, empieza uno de los más extraordinarios conciertos de la Gira por los barrios. Quisiera solo agregar, si insistiera alguien en decir que el concierto 34 no era lo más prudente, lo más sensato: Feliz imprudencia, bendita insensatez…