8 de Diciembre del 2013
Por: Giusette León García
Fuente: CubaSí
Por: Giusette León García
Fuente: CubaSí
Había jurado que mis días de conciertos multitudinarios y de pie se quedaron en la Universidad. Me engañaba. Este sábado no solo fui, sino que llegué una hora antes porque sabía que aquella esquina de Daoíz sería estrecha para la ocasión: Silvio Rodríguez y Los Muñequitos de Matanzas resultan una coincidencia demasiado parecida a la esencia de ser cubanos…
Y tenía razón. A las seis en punto, la mitad de La Marina estaba reunida frente una inmensamente bella bandera cubana, único elemento que adornaba el escenario emplazado a unos pasos del sitio donde nació, 60 años atrás, lo mejor de la rumba y, con puntualidad casi exacta apareció Silvio a decir su satisfacción por estar allí…
“… en La Marina, barrio legendario, si Matanzas es la cuna de la rumba, La Marina es el corazón de la rumba, un gran gusto estar aquí con ustedes en uno de estos conciertos barriales que venimos haciendo desde hace unos pocos años, tuvimos otro concierto en un barrio de la ciudad y volví a disfrutar
-después de algunos años de no verlos en directo- de Los Muñequitos, que son una representación de la alta calificación rumbera que tiene este barrio, sé que hay otros grupos y muchos otros rumberos maravillosos…”
Pues sí, pero Silvio ofreció la oportunidad de mostrar, además, otro rostro de aquel barrio, ese trozo de mi ciudad con una vocación surrealista, cantó Unicornio, Óleo de mujer con sombrero, Ojalá, con la misma gracia y sentimiento con que le cantan en yoruba a sus orishas.
Allí estaban Diana, la hija de Yemayá que trabaja en la panadería, Roque, el artista de la plástica, Lourdes la musicóloga, Quimbo, un marinero que se hizo “ilustre”, porque contribuyó a devolverle al barrio su comparsa La Imaliana, el de “se compra cualquier pedacito de oro”, cuyo apodo no recuerdo y su nombre no sé, los niños, muchos, caminé entre la gente de la Marina y me dio cierto orgullo haber estudiado en la escuela del barrio…
Especialmente cuando supe, en voz de Alfredo Zaldívar, escritor y editor matancero, que el gesto de Silvio Rodríguez no se había quedado en el acto de magia que fue aquel concierto: “además viene a corroborar ese afán de regalarnos cultura por encima de todo, el hecho de entregar a nombre de su Oficina Ojalá, del Centro Pablo de la Torriente Brau y el Instituto Cubano del libro una colección de textos para la escuela República de Costa Rica”.
¿Cómo decido cuál fue el mejor momento? Imposible. Todos. Silvio cantando de lo viejo y de lo nuevo, nosotras, un trío de periodistas que nos juntamos casi por azar, tratando de fotografiar sin mucha suerte su mano en la guitarra. Las personas de todas las edades, de todos los colores dedicándole en voz alta incluso cada canción a alguien generalmente ausente, los balcones llenos, los muchachos en los techos, para ver mejor…
No puedo dejar de recordar el ímpetu de Lien y Rey, alertándonos de todos los peligros provincianos que seguramente han tenido que sortear ellos mismos y qué decir de Rey Montalvo, ese jovencito talentoso que no veía desde que era un niñito con buenas luces del que su mami hablaba a toda hora.
Volviendo al tema del mejor momento, estuvo la versión de El necio al estilo de Los Muñequitos que inevitablemente nos hizo evocar aquella marcha en que la interpretaron por los Cinco y algo, no sé qué, me hizo volver la vista, hice una suerte de paneo y vi a la gente repetir espontáneamente con una fuerza inmensa: yo me muero como viví, yo, me muero como viví. Posiblemente en ningún sitio como en La Marina esa sea una verdad tan probada.
“Estos conciertos los estamos haciendo por iniciativa nuestra”, expresó Silvio, “nos apoyan algunas instancias estatales, pero es iniciativa nuestra, nadie nos mandó a hacerlo, no están en ningún plan oficial de ningún tipo, somos un grupo de cubanos que queremos hacer esto en este momento de nuestro país, sacar la música de los teatros, llevársela a la gente a sus casas, a las calles, donde vive, donde trabaja nuestro pueblo, ese es el propósito, el afán, que ha sido secundado por numerosos artistas de diferentes disciplinas, de la música clásica, de la rumba, de la trova, grupos de rock, salseros…”
Así ha sido, así fue en La Marina, diverso, exquisito, por obra y gracia de la magia de Silvio Rodríguez, esa bendita necedad que siempre lo acompaña.
Y tenía razón. A las seis en punto, la mitad de La Marina estaba reunida frente una inmensamente bella bandera cubana, único elemento que adornaba el escenario emplazado a unos pasos del sitio donde nació, 60 años atrás, lo mejor de la rumba y, con puntualidad casi exacta apareció Silvio a decir su satisfacción por estar allí…
“… en La Marina, barrio legendario, si Matanzas es la cuna de la rumba, La Marina es el corazón de la rumba, un gran gusto estar aquí con ustedes en uno de estos conciertos barriales que venimos haciendo desde hace unos pocos años, tuvimos otro concierto en un barrio de la ciudad y volví a disfrutar
-después de algunos años de no verlos en directo- de Los Muñequitos, que son una representación de la alta calificación rumbera que tiene este barrio, sé que hay otros grupos y muchos otros rumberos maravillosos…”
Pues sí, pero Silvio ofreció la oportunidad de mostrar, además, otro rostro de aquel barrio, ese trozo de mi ciudad con una vocación surrealista, cantó Unicornio, Óleo de mujer con sombrero, Ojalá, con la misma gracia y sentimiento con que le cantan en yoruba a sus orishas.
Allí estaban Diana, la hija de Yemayá que trabaja en la panadería, Roque, el artista de la plástica, Lourdes la musicóloga, Quimbo, un marinero que se hizo “ilustre”, porque contribuyó a devolverle al barrio su comparsa La Imaliana, el de “se compra cualquier pedacito de oro”, cuyo apodo no recuerdo y su nombre no sé, los niños, muchos, caminé entre la gente de la Marina y me dio cierto orgullo haber estudiado en la escuela del barrio…
Especialmente cuando supe, en voz de Alfredo Zaldívar, escritor y editor matancero, que el gesto de Silvio Rodríguez no se había quedado en el acto de magia que fue aquel concierto: “además viene a corroborar ese afán de regalarnos cultura por encima de todo, el hecho de entregar a nombre de su Oficina Ojalá, del Centro Pablo de la Torriente Brau y el Instituto Cubano del libro una colección de textos para la escuela República de Costa Rica”.
¿Cómo decido cuál fue el mejor momento? Imposible. Todos. Silvio cantando de lo viejo y de lo nuevo, nosotras, un trío de periodistas que nos juntamos casi por azar, tratando de fotografiar sin mucha suerte su mano en la guitarra. Las personas de todas las edades, de todos los colores dedicándole en voz alta incluso cada canción a alguien generalmente ausente, los balcones llenos, los muchachos en los techos, para ver mejor…
No puedo dejar de recordar el ímpetu de Lien y Rey, alertándonos de todos los peligros provincianos que seguramente han tenido que sortear ellos mismos y qué decir de Rey Montalvo, ese jovencito talentoso que no veía desde que era un niñito con buenas luces del que su mami hablaba a toda hora.
Volviendo al tema del mejor momento, estuvo la versión de El necio al estilo de Los Muñequitos que inevitablemente nos hizo evocar aquella marcha en que la interpretaron por los Cinco y algo, no sé qué, me hizo volver la vista, hice una suerte de paneo y vi a la gente repetir espontáneamente con una fuerza inmensa: yo me muero como viví, yo, me muero como viví. Posiblemente en ningún sitio como en La Marina esa sea una verdad tan probada.
“Estos conciertos los estamos haciendo por iniciativa nuestra”, expresó Silvio, “nos apoyan algunas instancias estatales, pero es iniciativa nuestra, nadie nos mandó a hacerlo, no están en ningún plan oficial de ningún tipo, somos un grupo de cubanos que queremos hacer esto en este momento de nuestro país, sacar la música de los teatros, llevársela a la gente a sus casas, a las calles, donde vive, donde trabaja nuestro pueblo, ese es el propósito, el afán, que ha sido secundado por numerosos artistas de diferentes disciplinas, de la música clásica, de la rumba, de la trova, grupos de rock, salseros…”
Así ha sido, así fue en La Marina, diverso, exquisito, por obra y gracia de la magia de Silvio Rodríguez, esa bendita necedad que siempre lo acompaña.