25 de Noviembre del 2012
Por: Karina Micheletto
Fuente: Página/12
Fotos: Leandro Teysseire
Por: Karina Micheletto
Fuente: Página/12
Fotos: Leandro Teysseire
Silvio Rodríguez recibió el amor y el calor de dos Luna Park repletos.
Llega como si recién se bajara del auto. Trae una campera de jogging abierta, un sombrero Panamá sobre el que cae la luz, logrando taparle exactamente la cara, unos bigotes que le quedan raros, tanto que alguno pregunta si no será el Silvio de Capusotto. Enseguida empuña una guitarra, como apurado por ejecutar la tarea que le ha sido asignada. Pero claro, ocurre que un Luna Park repleto –agotado desde hace días–, que ya mostró su entusiasmo con la actuación como teloneros del dúo cubano Karma, y con la entrada previa de la banda, no va a amainar su euforia así nomás. Así que lo interrumpe, a Silvio Rodríguez, que quería sentarse y cantar nomás, y ahora tiene que afrontar este aluvión de cariño en forma de aplauso, vivas, gritos de consignas, “te amo” varios, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda.
Fue, podría decirse, una batalla desigual entre las 7000 personas que fueron a verlo el viernes pasado, cargando todo su entusiasmo, y la habitual timidez, puesta en escena en forma de parquedad, del trovador cubano, acrecentada esta vez por un resfrío que, contó, trajo de la isla. Fue, también, la feliz confirmación de la capacidad creativa de Silvio Rodríguez, evidenciada en la belleza de sus últimos temas, así como de la vigencia de sus canciones de siempre, celebradas como himnos personales y colectivos. Fue también el espacio para el lucimiento de su banda: Niurka González en flauta y clarinete, Oliver Valdés en batería y percusión y las cuerdas de “Trovarroco” –Rachid Abrahan en guitarra, Maykel Elizarde en tres, César Bacaro en bajo–, a quienes el fervor del público también ungió como protagonistas de la noche. El encuentro se repitió ayer en el Luna, se repetirá mañana en Santa Fe y el jueves en Montevideo, y en Chile con dos conciertos, uno de ellos en el Estadio Nacional, celebrando el centenario del Partido Comunista.
Una parte del repertorio estuvo marcada por los temas de las producciones más recientes: Segunda cita, y su antecesor, Cita con ángeles. Canciones en las que el trovador demuestra intacta su capacidad de hacer poesía y melodías bellísimas, temas que los que llenaron el Luna Park mostraban bien sabidos, aunque el anfitrión se empeñara en presentarlas como por primera vez. Junto a estas canciones –Tonada del albedrío, Carta a Violeta Parra, San Petersburgo– sonaron algunas que hacía rato no estaban en el vivo, como Me acosa el carapálida, y los más clásicos de siempre: Canción del elegido, Historia de la silla, Óleo de una mujer con sombrero, Ojalá, celebradas por un público bien heterogéneo en cuanto a edades.
A esta altura, queda claro que Silvio Rodríguez forma parte de la educación sentimental de más de una generación urbana. Porque sigue y seguirá habiendo quienes guarden sus canciones como telones de fondo de momentos vividos, inevitablemente ligadas a ellos, con esa forma profunda y misteriosa del recuerdo que tienen los sonidos, o los aromas. Y habrá quienes seguirán dándole un plus propio de sentido a aquello de que el que tenga una canción tendrá tormentas, y que me vienen a convidar a indefinirme, y que lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida. Y cantando la historia que tiene que ver con el curso de la vía láctea, y resignificándola a medida que transcurren el tiempo y las circunstancias. Por eso, aunque pretenda presentarse como un parco escondido bajo unos raros bigotes y un sombrero Panamá, uno que pasaba por ahí y le tocó sentarse a cantar, a Silvio Rodríguez toda esta gente lo quiere tanto.
Llega como si recién se bajara del auto. Trae una campera de jogging abierta, un sombrero Panamá sobre el que cae la luz, logrando taparle exactamente la cara, unos bigotes que le quedan raros, tanto que alguno pregunta si no será el Silvio de Capusotto. Enseguida empuña una guitarra, como apurado por ejecutar la tarea que le ha sido asignada. Pero claro, ocurre que un Luna Park repleto –agotado desde hace días–, que ya mostró su entusiasmo con la actuación como teloneros del dúo cubano Karma, y con la entrada previa de la banda, no va a amainar su euforia así nomás. Así que lo interrumpe, a Silvio Rodríguez, que quería sentarse y cantar nomás, y ahora tiene que afrontar este aluvión de cariño en forma de aplauso, vivas, gritos de consignas, “te amo” varios, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda.
Fue, podría decirse, una batalla desigual entre las 7000 personas que fueron a verlo el viernes pasado, cargando todo su entusiasmo, y la habitual timidez, puesta en escena en forma de parquedad, del trovador cubano, acrecentada esta vez por un resfrío que, contó, trajo de la isla. Fue, también, la feliz confirmación de la capacidad creativa de Silvio Rodríguez, evidenciada en la belleza de sus últimos temas, así como de la vigencia de sus canciones de siempre, celebradas como himnos personales y colectivos. Fue también el espacio para el lucimiento de su banda: Niurka González en flauta y clarinete, Oliver Valdés en batería y percusión y las cuerdas de “Trovarroco” –Rachid Abrahan en guitarra, Maykel Elizarde en tres, César Bacaro en bajo–, a quienes el fervor del público también ungió como protagonistas de la noche. El encuentro se repitió ayer en el Luna, se repetirá mañana en Santa Fe y el jueves en Montevideo, y en Chile con dos conciertos, uno de ellos en el Estadio Nacional, celebrando el centenario del Partido Comunista.
Una parte del repertorio estuvo marcada por los temas de las producciones más recientes: Segunda cita, y su antecesor, Cita con ángeles. Canciones en las que el trovador demuestra intacta su capacidad de hacer poesía y melodías bellísimas, temas que los que llenaron el Luna Park mostraban bien sabidos, aunque el anfitrión se empeñara en presentarlas como por primera vez. Junto a estas canciones –Tonada del albedrío, Carta a Violeta Parra, San Petersburgo– sonaron algunas que hacía rato no estaban en el vivo, como Me acosa el carapálida, y los más clásicos de siempre: Canción del elegido, Historia de la silla, Óleo de una mujer con sombrero, Ojalá, celebradas por un público bien heterogéneo en cuanto a edades.
A esta altura, queda claro que Silvio Rodríguez forma parte de la educación sentimental de más de una generación urbana. Porque sigue y seguirá habiendo quienes guarden sus canciones como telones de fondo de momentos vividos, inevitablemente ligadas a ellos, con esa forma profunda y misteriosa del recuerdo que tienen los sonidos, o los aromas. Y habrá quienes seguirán dándole un plus propio de sentido a aquello de que el que tenga una canción tendrá tormentas, y que me vienen a convidar a indefinirme, y que lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida. Y cantando la historia que tiene que ver con el curso de la vía láctea, y resignificándola a medida que transcurren el tiempo y las circunstancias. Por eso, aunque pretenda presentarse como un parco escondido bajo unos raros bigotes y un sombrero Panamá, uno que pasaba por ahí y le tocó sentarse a cantar, a Silvio Rodríguez toda esta gente lo quiere tanto.