18 de Mayo del 2011
Por: Mónica Rivero
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson
Por: Mónica Rivero
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson
Concierto de Silvio Rodríguez y Polito Ibáñez, Niurka González, El Trío
Trovarroco y Oliver Valdés como invitados, en los albergues de Lugardita,
Boyeros.
Casi en el límite de La Habana se localiza una de las llamadas comunidades de
tránsito, donde moran las personas cuyas viviendas son declaradas
inhabitables. Está previsto que su estancia sea provisional, pero muchos ya
tienen lazos que los atan a la comunidad por haber llegado siendo muy niños, o
simplemente por los años que llevan viviendo allí. El roce cotidiano con la
gente, el todos los días, los ha acostumbrado a tenerla como su hogar. Y
existe una identidad de barrio, un sentimiento de pertenencia hacia lo mismo,
una identificación entre los vecinos, que se manifiesta en una empatía
colectiva.
Las pequeñas casas son muy parecidas entre sí, distinguidas solo por los
detalles con que las personaliza el gusto de cada cual. Las familias son
alrededor de doscientas, el agua les llega muy poco, y les resulta
especialmente difícil desplazarse hacia otros lugares de la ciudad (la avenida
más cercana está a dos kilómetros), y en este sentido es sensible en
particular el traslado de los niños hacia la escuela.
Pesares aparte, la gente luce alegre, y es muy frecuente escuchar risas, muy
alto. En la comunidad hay espacio para la poesía y para la magia, hay la
capacidad de asombro y no falta la sensibilidad.
En noche de concierto, en las viviendas más próximas al escenario, sacaron
sillas a los portales, y estuvieron en familia, como tomando el fresco de la
tarde, que esta vez se acompañaba de bella música.
Trovarroco y Oliver Valdés como invitados, en los albergues de Lugardita,
Boyeros.
Casi en el límite de La Habana se localiza una de las llamadas comunidades de
tránsito, donde moran las personas cuyas viviendas son declaradas
inhabitables. Está previsto que su estancia sea provisional, pero muchos ya
tienen lazos que los atan a la comunidad por haber llegado siendo muy niños, o
simplemente por los años que llevan viviendo allí. El roce cotidiano con la
gente, el todos los días, los ha acostumbrado a tenerla como su hogar. Y
existe una identidad de barrio, un sentimiento de pertenencia hacia lo mismo,
una identificación entre los vecinos, que se manifiesta en una empatía
colectiva.
Las pequeñas casas son muy parecidas entre sí, distinguidas solo por los
detalles con que las personaliza el gusto de cada cual. Las familias son
alrededor de doscientas, el agua les llega muy poco, y les resulta
especialmente difícil desplazarse hacia otros lugares de la ciudad (la avenida
más cercana está a dos kilómetros), y en este sentido es sensible en
particular el traslado de los niños hacia la escuela.
Pesares aparte, la gente luce alegre, y es muy frecuente escuchar risas, muy
alto. En la comunidad hay espacio para la poesía y para la magia, hay la
capacidad de asombro y no falta la sensibilidad.
En noche de concierto, en las viviendas más próximas al escenario, sacaron
sillas a los portales, y estuvieron en familia, como tomando el fresco de la
tarde, que esta vez se acompañaba de bella música.