19 de Mayo del 2011
Por: Mónica Rivero
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson
Por: Mónica Rivero
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson
Una manera de pensar acostumbrada a las categorías conduce a la idea de que
cierta rigidez dicta: existen momentos y lugares exclusivos para que sucedan
cosas exclusivas. Así, se descarta lo casual, los azares, lo ocasional; se
desestiman los pequeños momentos, los lugares-cualquiera.
Pero el gran acontecimiento no discrimina; dispone en realidad de todo
espacio, de todo tiempo, y puede manifestarse allí en lo íntimo, aparecer en
lo modesto, lo no necesariamente llamado a la Trascendencia -al menos no
apriorísticamente-. Por eso, es posible que el brillo de lo extraordinario
aparezca sin importar lugar, sin importar momento; es posible que un placer
abandonado acoja la celebración de un gran concierto.
Romerillo, barrio de casitas irreverentes al clima y al buen oficio
ingenieril, desafiantes de las mismas leyes de la Física, porta una mala fama
que el imaginario popular desmiente y niega: "De aquí ya se fueron to´los
guapo´". El domingo sus vecinos cantaron juntos las canciones del trovador,
quien sabe que al arte no le alcanzan los teatros y las galerías, cuando puede
echase a rodar, probarse sobre el asfalto, contra los muros, en una esquina,
en una corriente intersección de calles. Y ganar, resultar enriquecido,
enriquecedor.
Además, como comenta un colega: para triunfar en el Carnegie Hall hay que ser
virtuoso; para hacerse respetar y querer en Romerillo hay que ser amigo y
hombre.
Silvio ha hecho las dos cosas.
cierta rigidez dicta: existen momentos y lugares exclusivos para que sucedan
cosas exclusivas. Así, se descarta lo casual, los azares, lo ocasional; se
desestiman los pequeños momentos, los lugares-cualquiera.
Pero el gran acontecimiento no discrimina; dispone en realidad de todo
espacio, de todo tiempo, y puede manifestarse allí en lo íntimo, aparecer en
lo modesto, lo no necesariamente llamado a la Trascendencia -al menos no
apriorísticamente-. Por eso, es posible que el brillo de lo extraordinario
aparezca sin importar lugar, sin importar momento; es posible que un placer
abandonado acoja la celebración de un gran concierto.
Romerillo, barrio de casitas irreverentes al clima y al buen oficio
ingenieril, desafiantes de las mismas leyes de la Física, porta una mala fama
que el imaginario popular desmiente y niega: "De aquí ya se fueron to´los
guapo´". El domingo sus vecinos cantaron juntos las canciones del trovador,
quien sabe que al arte no le alcanzan los teatros y las galerías, cuando puede
echase a rodar, probarse sobre el asfalto, contra los muros, en una esquina,
en una corriente intersección de calles. Y ganar, resultar enriquecido,
enriquecedor.
Además, como comenta un colega: para triunfar en el Carnegie Hall hay que ser
virtuoso; para hacerse respetar y querer en Romerillo hay que ser amigo y
hombre.
Silvio ha hecho las dos cosas.