25 de Noviembre del 2012
Por: Pedro Irigoyen
Fuente: Clarín
Fotos: Leandro Monachesi
Por: Pedro Irigoyen
Fuente: Clarín
Fotos: Leandro Monachesi
El verano inminente no logra espantar el frío de esta noche de noviembre en Buenos Aires. Es viernes, y por las calles que rodean el Luna Park, lo que más se ven son jóvenes, enamorados de los sueños de revolución de las canciones que acunaron su infancia. También están sus padres, que se emocionan, y en su sensibilidad a flor de piel seguro soltarán alguna lágrima. Por nostalgia, y por convicción también. Aquel joven soldado que sus noches de guardia disparaba melodías con su guitarra en el amanecer de la Revolución Cubana, como una especie de “juglar en la beligerancia” como él mismo se definió, hoy camina, a paso lento pero firme, hacia el centro del escenario, se arrima a la silla y saluda quitándose su sombrero blanco. En retribución, recibe la consigna de siempre: “Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda”.
“Estoy contento por estar aquí de nuevo tan rápido, este concierto será así, más íntimo”, dijo en referencia a su presentación del año pasado en el estadio de Ferro. Silvio suelta los primeros acordes de Mujeres, de su disco homónimo de 1978, y en un juego imaginario de ojos cerrados, se puede sentir real el viaje en el tiempo. Su voz es la misma cuando evoca a las “mujeres de fuego y de nieve” que lo estremecieron.
“Dijo Guevara el hermoso, viendo al Africa llorar: “En el imperio mañoso nunca se debe confiar”, la referencia a El Che, de la primera estrofa de Tonada del albedrío, es la que se lleva la primera ovación de una platea que acompaña sus poéticas consignas. La segunda, es para Carta a Violeta Parra. Ambas de su último disco, Segunda cita (2010), que será el centro de la primera parte del concierto. “¡Viva Cuba!”, le gritan cuando termina la canción que da nombre a aquel disco. “Viva Cuba, viva Argentina, viva Latinoamérica”, responde él, y relata la anécdota de un vuelo con Gabriel García Márquez que inspiró la letra de San Petersburgo.
A medio camino del show, el trío Trovarroco, lo deja solo al trovador para cantar Rabo de nube, y en esa soledad se aprecia la belleza de lo simple. El hombre que con sabiduría toca las cuerdas de su guitarra como quien acaricia un amor de toda la vida.
Luego, con Me acosa el carapálida, el aroma del son cubano perfuma la sala al ritmo de “ Yo soy mi tierra, mi agua, mi aire, mi fuego ” y la noche vira hacia los esperados clásicos.
Así, Rodríguez ofrece un buen puñado de sus himnos invencibles para despedirse de su público fiel. Entre retiradas y retornos, sonarán El necio, Canción del elegido, Escaramujo, Pequeña serenata diurna, La era está pariendo un corazón, Ángel para un final, Ojalá y Óleo de una mujer con sombrero. Con la sensación de la misión ampliamente cumplida, el cubano, fiel a su estilo, pedirá disculpas por la retirada argumentando tener que cuidar su voz, frágil por una gripe que trajo de la isla, y bajará el telón llevándose en los oídos el mejor de los perdones: su merecido aplauso.
“Estoy contento por estar aquí de nuevo tan rápido, este concierto será así, más íntimo”, dijo en referencia a su presentación del año pasado en el estadio de Ferro. Silvio suelta los primeros acordes de Mujeres, de su disco homónimo de 1978, y en un juego imaginario de ojos cerrados, se puede sentir real el viaje en el tiempo. Su voz es la misma cuando evoca a las “mujeres de fuego y de nieve” que lo estremecieron.
“Dijo Guevara el hermoso, viendo al Africa llorar: “En el imperio mañoso nunca se debe confiar”, la referencia a El Che, de la primera estrofa de Tonada del albedrío, es la que se lleva la primera ovación de una platea que acompaña sus poéticas consignas. La segunda, es para Carta a Violeta Parra. Ambas de su último disco, Segunda cita (2010), que será el centro de la primera parte del concierto. “¡Viva Cuba!”, le gritan cuando termina la canción que da nombre a aquel disco. “Viva Cuba, viva Argentina, viva Latinoamérica”, responde él, y relata la anécdota de un vuelo con Gabriel García Márquez que inspiró la letra de San Petersburgo.
A medio camino del show, el trío Trovarroco, lo deja solo al trovador para cantar Rabo de nube, y en esa soledad se aprecia la belleza de lo simple. El hombre que con sabiduría toca las cuerdas de su guitarra como quien acaricia un amor de toda la vida.
Luego, con Me acosa el carapálida, el aroma del son cubano perfuma la sala al ritmo de “ Yo soy mi tierra, mi agua, mi aire, mi fuego ” y la noche vira hacia los esperados clásicos.
Así, Rodríguez ofrece un buen puñado de sus himnos invencibles para despedirse de su público fiel. Entre retiradas y retornos, sonarán El necio, Canción del elegido, Escaramujo, Pequeña serenata diurna, La era está pariendo un corazón, Ángel para un final, Ojalá y Óleo de una mujer con sombrero. Con la sensación de la misión ampliamente cumplida, el cubano, fiel a su estilo, pedirá disculpas por la retirada argumentando tener que cuidar su voz, frágil por una gripe que trajo de la isla, y bajará el telón llevándose en los oídos el mejor de los perdones: su merecido aplauso.