23 de Diciembre del 2014
Por: Michel Hernández
Fuente: Granma
Fotos: Yander Zamora
Por: Michel Hernández
Fuente: Granma
Fotos: Yander Zamora
Hay canciones que esconden en sí mismas todos los caminos de la libertad. Hay canciones que pueden ayudar a hacer trizas las ataduras por grandes que sean para salir después a tratar de cambiar el mundo. Hay canciones, también, que mediante algunos guiños y claves pueden hacerte un hombre libre por dentro aunque tu vida permanezca bajo el confinamiento y la recia soledad de una prisión.
Hay muchas canciones de Silvio Rodríguez que enseñan el camino natural hacia la libertad. De esa búsqueda saben muy bien los miles de jóvenes latinoamericanos que encontraron en su repertorio una fuente de inspiración para agitar los puños, salir a la calle y luchar por cambiar el orden establecido a como dé lugar. Ya los tiempos no son los mismos en que muchos tenían que defender sus ideales en las calles a riesgo de morir en el intento ante la mirada amenazadora de un fusil, pero las canciones de Silvio no solo permanecen como un testimonio irrevocable de la memoria de aquellos que dieron sentido a su existencia resistiendo y luchando por un cambio justo y real que muchos no llegaron a conocer, sino también como una revelación que muestra todos los caminos hacia la fe.
Para Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, la obra del trovador también fue una inspiración total para su resistencia y la hicieron suya como un símbolo que los sostenía para continuar en pie y escuchar el sonido de la libertad por encima de los muros.
Tony lo explicó claramente como si quisiera revelar al público el mapa oculto que encontró en esas canciones para continuar reconfigurando en la mente la ruta del regreso al país que hoy ya lo abrigó. “En la cárcel había una cosa que le decían recreación y era en un espacio un poquito más grande que la celda y nos sacaban separados de lunes a viernes y el asunto era que en el hueco en que estamos la única oportunidad de dormir era por el día porque había algunos que lo único que hacían era malograr la noche a los otros. Entonces salíamos a recreación cada uno independiente y yo comenzaba a recordar a Silvio y la primera canción que cantaba era “la era”, (como comúnmente se le conoce a La era está pariendo un corazón) dijo el luchador antiterrorista ante la multitud que se congregó en el parqueo del estadio La tinoa mericano, este sábado, para presenciar el concierto 62 de Silvio en su gira por las barrios. Poco antes Gerardo había comentado sobre el significado que le concedieron a otro de los temas íconos de Silvio, El necio, un título, que aseguró, “se convirtió en el himno de resistencia que se completa en el orgullo inmenso de ser cubano y de ser revolucionario”.
Entre los cientos de asistentes a la velada, además de los cinco héroes cubanos junto a sus madres, sus esposas, sus hijas, sus familias, estaban, también, muchos de los jóvenes latinoamericanos a quienes sus padres entregaron las canciones de Silvio como una clave de vida y hoy las siguen atesorando como si fueran pedazos de su propia historia. O mejor dicho, de esa historia común que une de una forma muy misteriosa a los seguidores de Silvio en cualquier lugar del mundo en que estén.
Quienes han seguido la gira del autor de Días y flores por los barrios cubanos —un periplo muy bien reflejado en el necesario documental Canción de Barrio, de Alejandro Ramírez—, saben que el trovador aprovecha la atención que despierta este proyecto para mostrar la obra de otros juglares como él. En esta oportunidad invitó a David Torrens, un músico que se ausentó de los escenarios nacionales durante 15 años en que hizo carrera en México y regresó luego a la Isla para quedarse.
Torrens, uno de esos cantautores que vive la vida como un fenómeno delirante, interpretó clásicos suyos como Sentimientos ajenos y Razones y dejó listo el escenario para la entrada de Silvio, quien fue presentado por su compañero de armas, el poeta Víctor Casaus, otro de los intelectuales cubanos que durante bastante tiempo dedicó un buena parte de su trabajo como director del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau al regreso de Los Cinco.
El trovador salió al escenario con un pulóver negro con la bandera cubana, su guitarra y la enorme banda que tiene detrás. Así comenzó a echar mano a canciones emblemáticas de su repertorio como Pequeña serenata diurna, Ojalá y Mariposas. Pero aquí no importó el nombre de las canciones sino su significado, su valor simbólico, su capacidad para retratar en dos o tres frases la historia de varias generaciones, y más allá de eso, la historia de un país.
Este sábado a Silvio se le vio como un hombre feliz. Quizá porque tiene la certeza de que sus temas eliminaron la distancia infranqueable, la soledad, la incertidumbre por lo desconocido, pero sobre todo que le permitieron mantener la cercanía con su país a cinco cubanos que siempre recordaban la Isla desde la distancia. Y ellos no esperaron que pasara demasiado tiempo para demostrarlo. Sin protocolos de ninguna clase, cuando Silvio dejó escuchar los primeros acordes de El Mayor, los Héroes cubanos confirmaron que en sus vidas esta canción también cobra carácter de símbolo.
Lo demostraron cantando entre sí, abrazando con alegría a sus familias, dejando caer una lágrima como cualquier hombre que se precie de serlo, recordando íntimamente la dimensión de una lucha de la que por mucho que se escriba, ellos siempre tendrán sus propias historias por narrar, y que seguramente vivirán en silencio por muchos años más.
Mientras el juglar acudía a varios de sus himnos y los Cinco vivían a plenitud el esplendor de este momento, algunos en el público mostraban su alegría de la mejor forma que podían hacerlo. Una muchacha agitaba una pequeña bandera cubana que según nos comentó después le habían regalado sus abuelos un día de mayo del 89. Para ella esa insignia familiar era también su símbolo. Su estrella. Una parte de su vida. Y no podía dejar de traerla para el homenaje. Porque para ella esa bandera encerraba todo lo que podía ser Cuba.
Los Cinco sabían que esta noche era suya y estaban dispuestos a disfrutarla al máximo. Y como muchos esperaban, Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, se subieron de repente al escenario para saludar a ese “gran hombre que es Silvio” y cantar junto a él y a Vicente Feliú varios de esos temas que sostuvieron el peso de sus propias convicciones y le permitieron soñar con volver a compartir el café matutino junto a su familia. Y el trovador disfrutó también porque sabía que ese triunfo del sentido común era también su propio triunfo.
Cuando terminó el concierto Silvio me confirmó las razones de esa emoción que todos le descubrieron en su rostro: “Todo el mundo pensaba que era una batalla más larga, y lo había dicho. Pensaba que la batalla más larga iba a ser la de Gerardo. Pero todo esto es una sorpresa para todo el mundo. Fue una cosa que se llevó a cabo con mucha discreción.
Pero una sorpresa maravillosa. Me parece que es un fin de año extraordinario. Le comentaba a un amigo, Guillermo Rodríguez Rivera, que cuando el 1ro. de enero de 1959, día del triunfo de la Revolución, él tenía 15 años y yo 12.
Conversábamos que no recordábamos unos días tan hermosos, luminosos y esperanzadores como estos”. Así el trovador se despidió como un hombre feliz, mientras en el escenario y entre el público Los Cinco continuaban viviendo la alegría de haber vuelto a escuchar en vivo el sonido de la libertad.
Hay muchas canciones de Silvio Rodríguez que enseñan el camino natural hacia la libertad. De esa búsqueda saben muy bien los miles de jóvenes latinoamericanos que encontraron en su repertorio una fuente de inspiración para agitar los puños, salir a la calle y luchar por cambiar el orden establecido a como dé lugar. Ya los tiempos no son los mismos en que muchos tenían que defender sus ideales en las calles a riesgo de morir en el intento ante la mirada amenazadora de un fusil, pero las canciones de Silvio no solo permanecen como un testimonio irrevocable de la memoria de aquellos que dieron sentido a su existencia resistiendo y luchando por un cambio justo y real que muchos no llegaron a conocer, sino también como una revelación que muestra todos los caminos hacia la fe.
Para Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, la obra del trovador también fue una inspiración total para su resistencia y la hicieron suya como un símbolo que los sostenía para continuar en pie y escuchar el sonido de la libertad por encima de los muros.
Tony lo explicó claramente como si quisiera revelar al público el mapa oculto que encontró en esas canciones para continuar reconfigurando en la mente la ruta del regreso al país que hoy ya lo abrigó. “En la cárcel había una cosa que le decían recreación y era en un espacio un poquito más grande que la celda y nos sacaban separados de lunes a viernes y el asunto era que en el hueco en que estamos la única oportunidad de dormir era por el día porque había algunos que lo único que hacían era malograr la noche a los otros. Entonces salíamos a recreación cada uno independiente y yo comenzaba a recordar a Silvio y la primera canción que cantaba era “la era”, (como comúnmente se le conoce a La era está pariendo un corazón) dijo el luchador antiterrorista ante la multitud que se congregó en el parqueo del estadio La tinoa mericano, este sábado, para presenciar el concierto 62 de Silvio en su gira por las barrios. Poco antes Gerardo había comentado sobre el significado que le concedieron a otro de los temas íconos de Silvio, El necio, un título, que aseguró, “se convirtió en el himno de resistencia que se completa en el orgullo inmenso de ser cubano y de ser revolucionario”.
Entre los cientos de asistentes a la velada, además de los cinco héroes cubanos junto a sus madres, sus esposas, sus hijas, sus familias, estaban, también, muchos de los jóvenes latinoamericanos a quienes sus padres entregaron las canciones de Silvio como una clave de vida y hoy las siguen atesorando como si fueran pedazos de su propia historia. O mejor dicho, de esa historia común que une de una forma muy misteriosa a los seguidores de Silvio en cualquier lugar del mundo en que estén.
Quienes han seguido la gira del autor de Días y flores por los barrios cubanos —un periplo muy bien reflejado en el necesario documental Canción de Barrio, de Alejandro Ramírez—, saben que el trovador aprovecha la atención que despierta este proyecto para mostrar la obra de otros juglares como él. En esta oportunidad invitó a David Torrens, un músico que se ausentó de los escenarios nacionales durante 15 años en que hizo carrera en México y regresó luego a la Isla para quedarse.
Torrens, uno de esos cantautores que vive la vida como un fenómeno delirante, interpretó clásicos suyos como Sentimientos ajenos y Razones y dejó listo el escenario para la entrada de Silvio, quien fue presentado por su compañero de armas, el poeta Víctor Casaus, otro de los intelectuales cubanos que durante bastante tiempo dedicó un buena parte de su trabajo como director del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau al regreso de Los Cinco.
El trovador salió al escenario con un pulóver negro con la bandera cubana, su guitarra y la enorme banda que tiene detrás. Así comenzó a echar mano a canciones emblemáticas de su repertorio como Pequeña serenata diurna, Ojalá y Mariposas. Pero aquí no importó el nombre de las canciones sino su significado, su valor simbólico, su capacidad para retratar en dos o tres frases la historia de varias generaciones, y más allá de eso, la historia de un país.
Este sábado a Silvio se le vio como un hombre feliz. Quizá porque tiene la certeza de que sus temas eliminaron la distancia infranqueable, la soledad, la incertidumbre por lo desconocido, pero sobre todo que le permitieron mantener la cercanía con su país a cinco cubanos que siempre recordaban la Isla desde la distancia. Y ellos no esperaron que pasara demasiado tiempo para demostrarlo. Sin protocolos de ninguna clase, cuando Silvio dejó escuchar los primeros acordes de El Mayor, los Héroes cubanos confirmaron que en sus vidas esta canción también cobra carácter de símbolo.
Lo demostraron cantando entre sí, abrazando con alegría a sus familias, dejando caer una lágrima como cualquier hombre que se precie de serlo, recordando íntimamente la dimensión de una lucha de la que por mucho que se escriba, ellos siempre tendrán sus propias historias por narrar, y que seguramente vivirán en silencio por muchos años más.
Mientras el juglar acudía a varios de sus himnos y los Cinco vivían a plenitud el esplendor de este momento, algunos en el público mostraban su alegría de la mejor forma que podían hacerlo. Una muchacha agitaba una pequeña bandera cubana que según nos comentó después le habían regalado sus abuelos un día de mayo del 89. Para ella esa insignia familiar era también su símbolo. Su estrella. Una parte de su vida. Y no podía dejar de traerla para el homenaje. Porque para ella esa bandera encerraba todo lo que podía ser Cuba.
Los Cinco sabían que esta noche era suya y estaban dispuestos a disfrutarla al máximo. Y como muchos esperaban, Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, se subieron de repente al escenario para saludar a ese “gran hombre que es Silvio” y cantar junto a él y a Vicente Feliú varios de esos temas que sostuvieron el peso de sus propias convicciones y le permitieron soñar con volver a compartir el café matutino junto a su familia. Y el trovador disfrutó también porque sabía que ese triunfo del sentido común era también su propio triunfo.
Cuando terminó el concierto Silvio me confirmó las razones de esa emoción que todos le descubrieron en su rostro: “Todo el mundo pensaba que era una batalla más larga, y lo había dicho. Pensaba que la batalla más larga iba a ser la de Gerardo. Pero todo esto es una sorpresa para todo el mundo. Fue una cosa que se llevó a cabo con mucha discreción.
Pero una sorpresa maravillosa. Me parece que es un fin de año extraordinario. Le comentaba a un amigo, Guillermo Rodríguez Rivera, que cuando el 1ro. de enero de 1959, día del triunfo de la Revolución, él tenía 15 años y yo 12.
Conversábamos que no recordábamos unos días tan hermosos, luminosos y esperanzadores como estos”. Así el trovador se despidió como un hombre feliz, mientras en el escenario y entre el público Los Cinco continuaban viviendo la alegría de haber vuelto a escuchar en vivo el sonido de la libertad.