26 de Febrero del 2019
Por: Belén Cañas López
Fuente: La Jiribilla
Fotos: Cortesía de la autora
Por: Belén Cañas López
Fuente: La Jiribilla
Fotos: Cortesía de la autora
Silvio Rodríguez persiste en llevar adelante los conciertos por los barrios de La Habana y de Cuba. El proyecto de la “Gira interminable” —como luego sería llamado por él mismo— comenzó en el año 2010, y ya suma 99 presentaciones. La iniciativa de sacar la obra del trovador de los teatros y salas de conciertos, y entregarla directa y gratuitamente al pueblo, en la calle, ha derivado en una inconmensurable empresa cultural del grupo Ojalá, que los cubanos y extranjeros agradecen repletando cada concierto.
En la tarde–noche del viernes 22 de febrero se desarrolló en el Reparto Modelo del municipio de Regla —una de las zonas más afectadas por el tornado—, el concierto número 99. Podría comenzar contando los detalles del recital, desde que diera inicio con las palabras de Silvio dando a conocer las interioridades del proyecto y presentando a los invitados. Sin embargo, los conciertos de la “Gira interminable” no comienzan cuando llega el trovador, comienzan cuando un ejército de “invisibles imprescindibles” aparece días antes y emprende la tarea de montar ese escenario ambulante —ya tan conocido para los cubanos—, y alistar la compleja técnica para que el público disfrute un espectáculo de la mejor calidad posible.
El día del concierto empieza la cuenta atrás, y entre el júbilo de los vecinos y los curiosos que van de paso, cada detalle debe estar pulido. Varias horas antes del momento fijado, comienza a llegar gente de todas partes de Cuba y del mundo: tener la suerte de coincidir con una presentación de Silvio es una oportunidad que no se puede dejar pasar. Cuando uno va a un concierto por los barrios no importa el calor, ni las incomodidades, se espera con la ilusión paciente de lo inevitable. Silvio nunca suspende un recital.
Para quien persigue por la ciudad la “Gira interminable”, el concierto 99 tuvo el encanto de siempre y la extraña aura mística del aprendiz de brujo que tanto saber ha infundido con sus letras —y melodías— a varias generaciones. Lo que nunca cambia es la emoción de las personas cuando escuchan al trovador, “al José Martí de nuestra época”, como lo llama una querida amiga.
En esta ocasión también desbordaron el escenario las 18 voces del coro Entrevoces dirigido por la maestra Digna Guerra, y las disfrutables décimas y seguidillas del repentista Alexis Díaz Pimienta. Hasta que, por fin, llegaron reparando sueños las canciones de Silvio a Regla, acompañadas esta vez por el talento de Niurka González, Trovarroco (Rachid López y Maikel Elizarde), Oliver Valdés y Jorge Reyes. Como de costumbre, entre clásicos y estrenos, la sensibilidad caló profundo en cada oído que anduvo cerca. Trece eran las canciones del repertorio oficial, que a gritos de “otra” se convirtieron en 16. La penúltima, “Tonada del albedrío”, fue especialmente dedicada, no a Venezuela, sino a los venezolanos de causa justa.
Este concierto nos enfrenta a la realidad de que el próximo es el número cien —será el día 29 de marzo, en otra zona afectada por el tornado que está por definirse— y trae consigo la inevitable impresión de un cercano cierre de gira. Esperemos que Silvio mantenga encendido el motor que mueve la luz, y que esta siga enseñándonos el camino hacia un ser humano mejor, más allá del presagio de final que se vislumbra tras el número cien.
En la tarde–noche del viernes 22 de febrero se desarrolló en el Reparto Modelo del municipio de Regla —una de las zonas más afectadas por el tornado—, el concierto número 99. Podría comenzar contando los detalles del recital, desde que diera inicio con las palabras de Silvio dando a conocer las interioridades del proyecto y presentando a los invitados. Sin embargo, los conciertos de la “Gira interminable” no comienzan cuando llega el trovador, comienzan cuando un ejército de “invisibles imprescindibles” aparece días antes y emprende la tarea de montar ese escenario ambulante —ya tan conocido para los cubanos—, y alistar la compleja técnica para que el público disfrute un espectáculo de la mejor calidad posible.
El día del concierto empieza la cuenta atrás, y entre el júbilo de los vecinos y los curiosos que van de paso, cada detalle debe estar pulido. Varias horas antes del momento fijado, comienza a llegar gente de todas partes de Cuba y del mundo: tener la suerte de coincidir con una presentación de Silvio es una oportunidad que no se puede dejar pasar. Cuando uno va a un concierto por los barrios no importa el calor, ni las incomodidades, se espera con la ilusión paciente de lo inevitable. Silvio nunca suspende un recital.
Para quien persigue por la ciudad la “Gira interminable”, el concierto 99 tuvo el encanto de siempre y la extraña aura mística del aprendiz de brujo que tanto saber ha infundido con sus letras —y melodías— a varias generaciones. Lo que nunca cambia es la emoción de las personas cuando escuchan al trovador, “al José Martí de nuestra época”, como lo llama una querida amiga.
En esta ocasión también desbordaron el escenario las 18 voces del coro Entrevoces dirigido por la maestra Digna Guerra, y las disfrutables décimas y seguidillas del repentista Alexis Díaz Pimienta. Hasta que, por fin, llegaron reparando sueños las canciones de Silvio a Regla, acompañadas esta vez por el talento de Niurka González, Trovarroco (Rachid López y Maikel Elizarde), Oliver Valdés y Jorge Reyes. Como de costumbre, entre clásicos y estrenos, la sensibilidad caló profundo en cada oído que anduvo cerca. Trece eran las canciones del repertorio oficial, que a gritos de “otra” se convirtieron en 16. La penúltima, “Tonada del albedrío”, fue especialmente dedicada, no a Venezuela, sino a los venezolanos de causa justa.
Este concierto nos enfrenta a la realidad de que el próximo es el número cien —será el día 29 de marzo, en otra zona afectada por el tornado que está por definirse— y trae consigo la inevitable impresión de un cercano cierre de gira. Esperemos que Silvio mantenga encendido el motor que mueve la luz, y que esta siga enseñándonos el camino hacia un ser humano mejor, más allá del presagio de final que se vislumbra tras el número cien.