10 de Marzo del 2014
Por: Emiliano Balerini Casal
Fuente: Milenio
Fotos: Mónica González
Por: Emiliano Balerini Casal
Fuente: Milenio
Fotos: Mónica González
Ciudad de México
La última ocasión que el músico cubano, Silvio Rodríguez estuvo en México fue en 2009, cuando asistió al Segundo Encuentro de Escritores por la Tierra, realizado en Xalapa, Veracruz.
En aquella ocasión el cantautor trató de pasar desapercibido ante la presencia de personalidades como Eduardo Galeano y Ernesto Cardenal, a quienes la Universidad Veracruzana había invitado especialmente para reconocer con el Doctorado Honoris Causa, por su trabajo literario.
Silvio se ocultaba tras una boina y la compañía de amigos y colegas como Óscar Chávez. Comía rápido y se esfumaba de los lugares, en los que podía atraer a más público. Rechazaba cualquier tipo de encuentro con los medios de comunicación. Sólo estaba de visita, decía, con la cortesía que lo suele caracterizar.
Casi un lustro después, el Distrito Federal y varias capitales más de estados de la República ––Guadalajara, Puebla, Tijuana, Hermosillo y Monterrey–, reciben, tal vez, a uno de sus hijos más ilustres y consentidos. Uno de esos hijos que cada vez que viene de visita al país evoca a la Revolución Cubana, a sus líderes, el sueño que encabezaron y a las miles de personas que los han seguido.
El de anoche, no fue un concierto más. La mezcla de música, la tarde nublada y la compañía de las miles de personas que se dieron cita en el Auditorio Nacional, hicieron del recital un encuentro ideal entre amorosos. No entre Los amorosos, que bien rescata Jaime Sabines, sino aquellos a los que Silvio les ha cantado desde que inició su carrera: los que aman la libertad y la igualdad; los que buscan un mundo sin pobreza, con mejores oportunidades para las personas.
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18:00 horas. Avenida Reforma y Morelos. Ciudad de México. Un hombre alto y delgado toma un taxi. Un Nissan Tsuru. Tiene prisa por llegar a su destino. El chofer, Agustín Islas, le pregunta: “¿A dónde quiere ir joven? La respuesta del pasajero es: “al Auditorio Nacional”.
–– ¿Quién va a estar?––, cuestiona Agustín.
–– Silvio Rodríguez––, responde el hombre, al tiempo que lo vuelve a cuestionar: –– ¿Lo conoce?––.
–– No––, dice el chofer.
Agustín Islas maneja rápido, pero con precaución. Recuerda que la única vez que estuvo en el Auditorio Nacional fue para ver a Raphael y Elio Roca hace tres años.
–– ¿Qué tal estuvo el concierto?––, cuestiona el pasajero al taxista.
–– Chingonsísimo. Esos son conciertos y no chingaderas.
–– ¿Oiga, y de verdad no conoce a Silvio Rodríguez?
–– No. ¿Quién es?
–– Un cantante cubano.
–– Ah. ¿Cómo los de Buena Vista Social Club? A esos sí los conozco. Son los que cantan: Guantanamera, guajira, Guantanamera.
–– Exacto. Esos son. ¿Oiga y sabe algo de Pablo Milanés?
–– De ese sí joven. Es un chingón. Igual que Chavela Vargas y el español ese, cómo se llama, ah, sí, Joaquín Sabina. Ya no quedan cantantes como esos, ¿verdad joven?
–– No, ya no quedan muchos––, dice el pasajero algo ansioso por llegar a su destino.
Agustín pasa el Ángel de la Independencia y la Diana Cazadora tan rápido, que el hombre, sentado en el asiento trasero del taxi, y vestido de negro y verde, casi no se da ni cuenta que están a punto de llegar al Auditorio Nacional. El tráfico los detiene unos instantes. Nada grave. Siguen camino hasta llegar.
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19:15 horas. Silvio Rodríguez sale al escenario. El Auditorio está casi lleno. Quedan libres algunos huecos de asientos, que conforme avance el concierto se ocupan. El público grita envalentonado por la oscuridad del lugar: “Viva Cuba, Viva Venezuela, Viva Silvio”.
Al tiempo, el músico se sienta en un banco y dice, mientras las cuerdas de su guitarra comienzan a sonar: “Son canciones reunidas durante mucho tiempo. Son para personas que aman, como ustedes, que son amados. Gracias por estar aquí”.
Una a una se suceden las letras. Empieza el recital con Te doy una canción; después sigue Los días del agua, Carta a Violeta Parra, Mariposas, por cierto, una de las más aplaudidas. Rodríguez le pregunta a la gente: “¿Les gusta la rumba? Alguien le responde: “Nos gustas tú”. Minutos después, con una sonrisa pícara, el autor de más de 500 canciones y 22 discos se retira del sitio.
Da paso a un breve, pero sentido homenaje a Compay II. Tres guitarristas se apoderan del Auditorio Nacional. Tocan Chan Chan, canción que hiciera famosa el también intérprete de El camisón de pepa. Los aplausos no se hacen esperar.
Silvio vuelve. Se lo ve feliz. Renovado. Está por cantar su jazz sweet: ‘Exposición de mujer con sombrero’, mejor conocida como ‘Tetralogía de mujer con sombrero’, melodías que no se han incluido en su discografía oficial, salvo Óleo de mujer con sombrero, que apareció en Al final de este viaje, y otros discos.
El momento más fuerte de la noche se da al final. Silvio se despide cuatro veces, y cuatro veces es obligado a regresar, por el público que lo vitorea. Interpreta Venga la esperanza, Ojalá y El necio, entre otras. Se va: aplaudido, aclamado, vitoreado.
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Isaa Lozano Herrera es cantante. Está sentada en el palco de prensa. Viste de negro. Es la primera vez que ve a Silvio Rodríguez, su cantante favorito, dice. Ella fue, sin duda, de las personas que más lo aplaudieron al músico cubano, para que regresara al escenario.
A la salida se acerca a alguien y le pregunta:
–– ¿Sabes si Silvio va a dar autógrafos?
–– Supongo que no, nunca lo hace––, le responden.
–– Es la primera vez que vengo. ¿Mañana tampoco va a dar autógrafos?
–– No lo creo. ¿Te gusta tanto?––, le preguntan.
–– Sí. Claro. Me parece un gran poeta. Un gran hombre––, dice Isaa emocionada.
Sensaciones que causa Silvio Rodríguez. Hoy también se presentará en el Auditorio Nacional.