Mis recuerdos de Silvio


Por: María de los Ángeles Rodríguez, revista Sonoridad Cubana #5
de del 1988


Nos conocimos hace muchos años. Mi presentación fue romperle la cabeza con un martillo. Tenía 6 años yo 2. Él sigue creyendo que fue premeditado, pero seguro que fue la inocente manera de demostrarle que me había impresionado.

Nunca dejamos de vernos, recuerdo especialmente la era de los perros, los pájaros y los tiraflechas. Silvio andaba correteando con el primo Héctor y tras ellos Terry, su perro. Solía perderse en San Antonio de los Baños, su pueblo natal; Argelia, su mamá, lo buscaba con el corazón en vilo y la mano preparada para la zurra del encuentro; siempre andaba por el río, olvidaba que el tiempo pasaba, soñando, con los ojos alejados de la tierra. Ya por entonces se acercaba la pasión que lo ha seguido hasta hoy, la ciencia ficción, que cuando aquello no tenía un nombre para él, sólo era el cielo y el hurgar en los astros cada noche, en espera del platillo volador que descendería justo a sus pies.

En La Habana

Con cerca de 10 años, para Silvio el mundo se componía de figuras en movimiento, libros y cartones de El Príncipe Valiente, Batman y Robin y demás personajes que entonces creíamos superjusticieros. Después que decidió no lanzarse más a volar desde el escaparate hasta la cama, por temor a los gritos amenazantes de su mamá, se dedicó a tirar “taquitos”, esos pequeños pedazos de papel que se arrojan con una liga. Mis nalgas los sufrieron muchas veces, pero sus brazos nunca quedaron inmaculados.

Fue un alumno despierto, a pesar de que se perdía en su fantasía mientras los maestros explicaban números y letras. Las libretas siempre decoradas con seres imaginarios del aire, devorando víctimas o defendiendo a doncellas en apuros. Su maestra de piano lo destacó, era su pupilo favorito. Silvio le hizo un arreglo a La Malagueña de Lecuona delante de 17 profesores que lo examinaban. Por suerte fueron comprensivos o adivinaron el talento que se avecinaba y le otorgaron excelente con felicitaciones.

Pasó un poco de tiempo y se convirtió en un joven algo melenado, intranquilo, con ojos apasionados, ardoroso y con temperamento exuberante. Creo que su primera afición fue la pintura y la caricatura. Por entonces lo llamaban Pucho, porque dibujaba historietas con un perrito de ese nombre.

Sin abandonar la pintura del todo, pasó a la guitarra. La poesía comenzó a rodar por sus manos con una velocidad vertiginosa. Una, dos, tres y hasta cuatro canciones por día: cada una mejor que la anterior. Al principio cándidas, siempre encendidas y tiernas, con un mensaje capaz de revolver al más exigente auditorio. Las letras se fueron tornando maduras, agresivas también, “contra toda cabeza acomodada”.

Era difícil seguirlo, ¿cómo saber cuál era la última canción? A mediados de la década del ’70 dejé de contar y pasaban de 1000; la mayoría desconocidas para el gran público y no por ello menos buenas. Silvio, que siempre fue especial para los que lo conocimos de cerca, se hizo especial para mucha gente, en muchos países, se convirtió en un ídolo de todos los que piensan y de los que creen que la vida debe ser mejor, que sólo el hombre puede hacerla mejor…

Un arquero perfecto

Soy un poco aficionada a los signos, sin llegar a ser fanática. Silvio es un Sagitario perfecto, un arquero con expresión legendaria, siempre a la búsqueda y combate de lo injusto. Detrás de sus ademanes comunes, nunca rebuscados, está la convicción de sus ojos, sellada por la palabra. No es hablador, diría que tiene “la palabra precisa, la sonrisa perfecta”.

Su forma sencilla de vestir ha sido para algunos motivo de menosprecio. No conciben a un artista sin lentejuelas. Olvidan que “el que brilla con luz propia” no necesita fulgor en los vestidos.

Así llegó La era está pariendo un corazón, mucho después Unicornio y Oh, Melancolía. Entre una y otra, todo un mundo de variedad musical y poética, con una calidad interpretativa en ascenso. Todo el que oye sus canciones en la voz de otro artista siente nostalgia por los tonos altos del cantautor su decir con poca voz y mucha alma.

Homenaje al pueblo

Silvio le dedicó la canción Llegué por San Antonio de los Baños y a su pueblo, también el primer largometraje en que actuó; un musical cubano español titulado Yo soy de donde hay un río, dirigido por Eduardo Toral a fines de 1987. El film trata de un viaje a los orígenes del artista, el que aparece con frecuencia remando a contracorriente y cantando. Ese río, el Ariguanabo, es un misterio; se pierde debajo de una ceiba.

Tradición familiar

En la familia de Silvio la música es una tradición. Su madre formaba un dúo con una hermana; no pudieron seguir su vocación, el padre de ellas pensaba que no era ocupación para muchachas decentes y tuvieron que limitarse a cantar escondidas entre amigos del pueblo. El tío Ramiro fue compositor y dirigió la orquesta “Jazz Band Mambí”, hasta su muerte. Anabell, la hermana menor, es una conocida cantante. El padre escribe poemas y obras de teatro como entretenimiento.

Siendo parte de este árbol genealógico, no es de extrañar que fuera fundador de la Nueva Trova Cubana, y uno de los exponentes más auténticos de la nueva canción en el mundo. Vino a la vida rodeado de melodías hasta que las creó él mismo. En numerosas ocasiones le hemos escuchado, El colibrí; la aprendió de su madre. La familia la había guardado celosamente, por tradición oral, hasta llegar a él.

En casa

A todos nos subyuga conocer cómo son en casa esos seres privilegiados que ponen de pie a varios miles de personas en cualquier teatro del mundo. Pues Silvio en casa es papá, hijo, hermano. Le gusta la comida sencilla y el jugo de naranjas en ayunas, antes de un buen café criollo “romántico o barroco” que suele preparar él mismo.

Sus hijos son Violeta -15-, Silvio Lian -5- y José Ernesto -4-, su copia fiel. Violeta le revoluciona la vida a todos con su jugueteo constante, siempre dudo si se subirá a un árbol, morderá a sus perros o bailará un rock. Silvio Lián es imaginativo y con gran inclinación a la pintura, y el pequeñín es la viva imagen del pequeño príncipe, con sus camisas enormes abiertas al viento y preguntando cómo puede vivir el Unicornio en el bosque sin comer.

Cuando Silvio regresa a casa tiene que acallar a los perros Snoopy y Momo, que no se duermen hasta que el amigo les lleva leche; se vuelven todo lenguas y meneo de colas. Luego viene el sueño reparador, ese en que, nunca he dudado, se remonta hasta las galaxias vecinas.