Por: Juan Carlos Garay, revista Semana, Colombia
de Enero del 2000
de Enero del 2000
A la obra de Silvio Rodríguez se llega por afecto más que por intereses musicales. Suele prestársele mayor atención a los textos que a las melodías. Y sin embargo, ante una producción discográfica que ya alcanza los 25 años es difícil dejar de notar cómo ha evolucionado el cantautor cubano en cuanto a la presentación sonora de sus canciones.
En el álbum que fue su debut discográfico, Días y flores (1975), aparecían arreglos ingeniosos a cargo de Frank Fernández y no había reglas distintas al experimento: en tanto que en unos temas podía aparecer una guitarra sola, en otros pululaban los instrumentos. Más adelante ensayó acompañarse con grandes orquestas como Afrocuba e Irakere. Y luego, como una reacción, volvió en los 90 a la guitarra como única compañera.
El disco Mariposas es otro paso en esa búsqueda de la manera idónea de acompañar su canto. Dos guitarras, bajo y –en ocasiones—flauta acercan a Silvio más que nunca al concepto de música de cámara. Por ende hay que entender éste como un disco más sobrio que exaltado. Ya antes sí había incluido cuartetos de cuerdas y hasta un arreglo coral en una o dos composiciones; pero nunca un álbum completo lo había mostrado tan dogmático en cuanto a la instrumentación.
Y ello va de la mano con el mensaje. Las alusiones políticas desaparecen casi por completo, contrastando con anteriores grabaciones como Tríptico (1984), que se dedicó en su momento al aniversario 25 de la revolución cubana. Silvio Rodríguez ha optado por presentarse amoroso en lugar de aguerrido y, sin que esto atenúe su calidad como compositor, puede llegar a extrañar a sus oyentes.
Mariposas termina convirtiéndose, entonces, en un disco de concepto y no de protesta. Prueba de ello es el nuevo arreglo de un viejo tema, Días y flores –que ahora suena más extenso, más lento, más depurado–, o la letra de Sueño valseado, que se inspiró directamente en el discurso leído por José Saramago al recibir el Premio Nobel.
Pero tal vez la mejor muestra está en las palabras del propio Silvio, en los créditos del álbum. Al agradecer a la flautista Niurka González se refiere a “el sonido incomparable del amor”. Hace alusión, desde luego, a la flauta con que adorna algunos momentos del disco. Pero a la vez hace eco de un concepto tan antiguo como la música de cámara: incluir una flauta en los pasajes de referencia al amor es una costumbre que remonta al siglo XVII. De hecho existe un poema de Nicholas Brady, fechado en 1692, que habla de “la flauta amorosa”, como un lugar común.
¿Será consciente Silvio de todo esto? Quién sabe. Lo único cierto es que a la calidad constante de sus canciones se suma ahora un esmero instrumental que nunca antes le habíamos escuchado.
En el álbum que fue su debut discográfico, Días y flores (1975), aparecían arreglos ingeniosos a cargo de Frank Fernández y no había reglas distintas al experimento: en tanto que en unos temas podía aparecer una guitarra sola, en otros pululaban los instrumentos. Más adelante ensayó acompañarse con grandes orquestas como Afrocuba e Irakere. Y luego, como una reacción, volvió en los 90 a la guitarra como única compañera.
El disco Mariposas es otro paso en esa búsqueda de la manera idónea de acompañar su canto. Dos guitarras, bajo y –en ocasiones—flauta acercan a Silvio más que nunca al concepto de música de cámara. Por ende hay que entender éste como un disco más sobrio que exaltado. Ya antes sí había incluido cuartetos de cuerdas y hasta un arreglo coral en una o dos composiciones; pero nunca un álbum completo lo había mostrado tan dogmático en cuanto a la instrumentación.
Y ello va de la mano con el mensaje. Las alusiones políticas desaparecen casi por completo, contrastando con anteriores grabaciones como Tríptico (1984), que se dedicó en su momento al aniversario 25 de la revolución cubana. Silvio Rodríguez ha optado por presentarse amoroso en lugar de aguerrido y, sin que esto atenúe su calidad como compositor, puede llegar a extrañar a sus oyentes.
Mariposas termina convirtiéndose, entonces, en un disco de concepto y no de protesta. Prueba de ello es el nuevo arreglo de un viejo tema, Días y flores –que ahora suena más extenso, más lento, más depurado–, o la letra de Sueño valseado, que se inspiró directamente en el discurso leído por José Saramago al recibir el Premio Nobel.
Pero tal vez la mejor muestra está en las palabras del propio Silvio, en los créditos del álbum. Al agradecer a la flautista Niurka González se refiere a “el sonido incomparable del amor”. Hace alusión, desde luego, a la flauta con que adorna algunos momentos del disco. Pero a la vez hace eco de un concepto tan antiguo como la música de cámara: incluir una flauta en los pasajes de referencia al amor es una costumbre que remonta al siglo XVII. De hecho existe un poema de Nicholas Brady, fechado en 1692, que habla de “la flauta amorosa”, como un lugar común.
¿Será consciente Silvio de todo esto? Quién sabe. Lo único cierto es que a la calidad constante de sus canciones se suma ahora un esmero instrumental que nunca antes le habíamos escuchado.