Por: Neysa Ramón
27 de Enero del 1981
27 de Enero del 1981
Publicado en el periódico Juventud Rebelde, Cuba.
Silvio dio un recital. Otro. Para siempre es noticia que Silvio de un recital. Y que a él acudiese entre el público, su público. Ese conocedor de cada título, cada frase de su obra: que escucha desgranando la palabra, la intención del trovador.
Y aunque fue la noche fría y la lluvia alejase a los transeúntes de las plazas, con cobijas o sin ellas llegaron los espectadores a la Covarrubias… porque Silvio cantaba. Afuera quedaron el invierno y el agua…
Entonces fueron solo la guitarra y el hombre, la voz y la palabra. El canto dedicado al amor de la pareja, a divertimentos de unicornios azules, la imprescindible evocación a los héroes y a los pueblos heroicos, mientras –¿por qué no?– se cantó también una serenata por la felicidad.
En tanto el haz de luz iluminaba la delgada figura, los dedos en las cuerdas, le evocábamos en la visión primera de un programa de televisión presenciado entonces en Oriente por los años 66 o 67. ¿Quién era ese muchacho que hacía confesiones atrevidas y con sus canciones alertaba los sentidos?
Fueron más tarde aquellos recitales en la Casa, donde hallar lugar era punto menos que imposible. El verle en la pantalla. Mientras, él alimentaba su canto viviendo, cantando. Y luchando.
El viernes dio otro recital. Otro. Donde además de todo el público, había una buena parte de su público. Y nos gustó verle comunicativo, sin el ceño fruncido ni la mirada esquiva –los años no pasan en balde–, presto incluso al humor.
A veces hemos discrepado de Silvio, cuando se ha empeñado en el silencio y la pronta retirada dejando sonar las palmas en una sala; u, olvidando la juventud de sus oyentes se ha enseriado por una falta, también cuando no ha reparado en hora, ni lugar, al escoger su vestuario –¡qué diferente le vimos en la velada por el Día de la Cultura Cubana!— o al retrasarse al acudir al teatro, como el viernes que llegó quince minutos tarde y aunque pidió disculpas, cierto era que el público colmaba la sala –a pesar de la inclemente noche— desde la hora señalada.
El nombre de Cuba lo ha inscrito Silvio –junto a otros trovadores—en el Movimiento de la nueva canción que en América y Europa cultivan figuras como Daniel Viglietti o Chico Buarque, conocemos que sus discos se agotan y las localidades se colman cuando se presenta en un escenario internacional, que no hay integrante de la Nueva Canción que no le conozca o cuente con una obra suya en el propio repertorio, y, sobre todo, que su voz responde a la obra de la Revolución.
¿Poeta? ¿Cantor? ¿Juglar de su momento?... Cuando los años pasen exigiendo reflexión, decidir nombres y obras que como vino bueno ennoblecen con el tiempo, el de Silvio estará entre ellos.
Y, si hoy, a los labios acuden Sindo, Corona, Villalón, cuando de grandes de la trova se trata, habrá que añadir mañana —¿mañana?— al autor de la canción al Mayor entre quienes enriquecen esa imprescindible suma de valores que resulta la historia cultural de su pueblo.
Silvio dio un recital. Otro. Para siempre es noticia que Silvio de un recital. Y que a él acudiese entre el público, su público. Ese conocedor de cada título, cada frase de su obra: que escucha desgranando la palabra, la intención del trovador.
Y aunque fue la noche fría y la lluvia alejase a los transeúntes de las plazas, con cobijas o sin ellas llegaron los espectadores a la Covarrubias… porque Silvio cantaba. Afuera quedaron el invierno y el agua…
Entonces fueron solo la guitarra y el hombre, la voz y la palabra. El canto dedicado al amor de la pareja, a divertimentos de unicornios azules, la imprescindible evocación a los héroes y a los pueblos heroicos, mientras –¿por qué no?– se cantó también una serenata por la felicidad.
En tanto el haz de luz iluminaba la delgada figura, los dedos en las cuerdas, le evocábamos en la visión primera de un programa de televisión presenciado entonces en Oriente por los años 66 o 67. ¿Quién era ese muchacho que hacía confesiones atrevidas y con sus canciones alertaba los sentidos?
Fueron más tarde aquellos recitales en la Casa, donde hallar lugar era punto menos que imposible. El verle en la pantalla. Mientras, él alimentaba su canto viviendo, cantando. Y luchando.
El viernes dio otro recital. Otro. Donde además de todo el público, había una buena parte de su público. Y nos gustó verle comunicativo, sin el ceño fruncido ni la mirada esquiva –los años no pasan en balde–, presto incluso al humor.
A veces hemos discrepado de Silvio, cuando se ha empeñado en el silencio y la pronta retirada dejando sonar las palmas en una sala; u, olvidando la juventud de sus oyentes se ha enseriado por una falta, también cuando no ha reparado en hora, ni lugar, al escoger su vestuario –¡qué diferente le vimos en la velada por el Día de la Cultura Cubana!— o al retrasarse al acudir al teatro, como el viernes que llegó quince minutos tarde y aunque pidió disculpas, cierto era que el público colmaba la sala –a pesar de la inclemente noche— desde la hora señalada.
El nombre de Cuba lo ha inscrito Silvio –junto a otros trovadores—en el Movimiento de la nueva canción que en América y Europa cultivan figuras como Daniel Viglietti o Chico Buarque, conocemos que sus discos se agotan y las localidades se colman cuando se presenta en un escenario internacional, que no hay integrante de la Nueva Canción que no le conozca o cuente con una obra suya en el propio repertorio, y, sobre todo, que su voz responde a la obra de la Revolución.
¿Poeta? ¿Cantor? ¿Juglar de su momento?... Cuando los años pasen exigiendo reflexión, decidir nombres y obras que como vino bueno ennoblecen con el tiempo, el de Silvio estará entre ellos.
Y, si hoy, a los labios acuden Sindo, Corona, Villalón, cuando de grandes de la trova se trata, habrá que añadir mañana —¿mañana?— al autor de la canción al Mayor entre quienes enriquecen esa imprescindible suma de valores que resulta la historia cultural de su pueblo.