Por: Mónica Rivero, para Cubadebate.
22 de Diciembre del 2015
22 de Diciembre del 2015
Era marzo de 2013 y, como muchas otras veces, Silvio Rodríguez entró en su estudio con una guitarra y algunas canciones bajo el brazo. Lo distinto esta vez era que había echado mano de canciones escritas entre 1967 y 1980 que no había incluido en ningún disco –ni siquiera en sus Descartes– y no circulaban más que en copias de copias de originales de allegados o acaso propios, grabadas en algún concierto o presentación más o menos formal; canciones que no cantaba hacía muchos años. Con sus músicos, los “amoranautas” originales (Jorge Aragón, Jorge Reyes, Oliver Valdés y Emilio Vega) hizo entonces lo que sería una primera versión del trabajo presentado esta noche, al cabo de dos años puliendo.
Amoríos se escuchó en la salita del Museo Nacional de Bellas Artes por primera vez completo, luego de haber sonado por partes en no pocos escenarios durante los últimos meses. Fue ese el lugar escogido, ya que allí se podría “reproducir la música de la manera más natural posible, un poco como nosotros la escuchamos donde ensayamos… Para que pudieran escuchar lo que nosotros oíamos sin pasar por la electrónica”, explicó Silvio antes de anunciar que dedica el disco “al pueblo de Cuba, que es capaz de amar y desamar igualito que todos los que estamos aquí sentados”.
Unidos en la coincidencia de ser eso, “canciones sobre amar y desamar”, los diez temas evocan antiguas musas eternizadas como en Se cuenta de ti, pasiones como la que habla en Exposición de mujer con sombrero; bríos de amante que filosofa el amor, metalenguaje sentimental.
Está Qué distracción, “viejísima, casi de las primeras y, de las mías, la preferida de Julio Cortázar y de Félix Grande, dos buenos amigos que están por ahí. Se las dediqué póstumamente”, cuenta el trovador. Alguna “ingenua”, como presentara una vez En cuál de esos planetas, la imagen de toda la pregunta que cabe en un hilillo de luz. Alguna otra “ajena”: “Esta canción, Querer tener riendas, no es mía: la regalé cuando la hice. A Sara González”.
Entre los presentes, Leo Brouwer, que conoce a Silvio “desde que era un adolescente” aseguró que “este disco es una culminación. Es el Silvio de siempre pero aun más fresco –si es posible– y a la vez hay cosas que ya bordean la canción de concierto. Es decir, música inteligente y bella al mismo tiempo. Además de una voz seráfica, purísima; y el repertorio, que tiene cosas tremendas… Qué distracción me sacó de mis casillas, me sacó lágrimas”.
“El montaje es absolutamente exquisito y la variedad dentro de lo que es Silvio Rodríguez es la misma de siempre, de tanta riqueza poética y musical. Es algo extraordinario en la historia de la canción, no solo cubana: la canción dentro de la cultura popular. No lo digo por gusto”, añadió.
Guille Vilar, hablando más emocionado que crítico musical, dijo que “el concierto estuvo repleto de personas que seguimos a Silvio desde su comienzo. Y vemos que sigue siendo el mismo. Nos ha llevado a canciones inéditas de aquella etapa, pero con un sonido muy contemporáneo junto a estos músicos estelares. Para resumirlo en una palabra: ha sido un concierto exquisito, con el que reafirma que sigue marcando la pauta en la canción cubana”.
Yusa, instrumentalista y cantante de otra generación y quien acompañara al trovador en una de sus presentaciones de Buenos Aires, celebró “lo contemporáneo del sonido. Me encanta la puesta en escena sonora, todo tan acústico, tan limpio. Además, siempre es un aprendizaje, yo soy una eterna discípula de su legado”.
Amoríos se escuchó en la salita del Museo Nacional de Bellas Artes por primera vez completo, luego de haber sonado por partes en no pocos escenarios durante los últimos meses. Fue ese el lugar escogido, ya que allí se podría “reproducir la música de la manera más natural posible, un poco como nosotros la escuchamos donde ensayamos… Para que pudieran escuchar lo que nosotros oíamos sin pasar por la electrónica”, explicó Silvio antes de anunciar que dedica el disco “al pueblo de Cuba, que es capaz de amar y desamar igualito que todos los que estamos aquí sentados”.
Unidos en la coincidencia de ser eso, “canciones sobre amar y desamar”, los diez temas evocan antiguas musas eternizadas como en Se cuenta de ti, pasiones como la que habla en Exposición de mujer con sombrero; bríos de amante que filosofa el amor, metalenguaje sentimental.
Está Qué distracción, “viejísima, casi de las primeras y, de las mías, la preferida de Julio Cortázar y de Félix Grande, dos buenos amigos que están por ahí. Se las dediqué póstumamente”, cuenta el trovador. Alguna “ingenua”, como presentara una vez En cuál de esos planetas, la imagen de toda la pregunta que cabe en un hilillo de luz. Alguna otra “ajena”: “Esta canción, Querer tener riendas, no es mía: la regalé cuando la hice. A Sara González”.
Entre los presentes, Leo Brouwer, que conoce a Silvio “desde que era un adolescente” aseguró que “este disco es una culminación. Es el Silvio de siempre pero aun más fresco –si es posible– y a la vez hay cosas que ya bordean la canción de concierto. Es decir, música inteligente y bella al mismo tiempo. Además de una voz seráfica, purísima; y el repertorio, que tiene cosas tremendas… Qué distracción me sacó de mis casillas, me sacó lágrimas”.
“El montaje es absolutamente exquisito y la variedad dentro de lo que es Silvio Rodríguez es la misma de siempre, de tanta riqueza poética y musical. Es algo extraordinario en la historia de la canción, no solo cubana: la canción dentro de la cultura popular. No lo digo por gusto”, añadió.
Guille Vilar, hablando más emocionado que crítico musical, dijo que “el concierto estuvo repleto de personas que seguimos a Silvio desde su comienzo. Y vemos que sigue siendo el mismo. Nos ha llevado a canciones inéditas de aquella etapa, pero con un sonido muy contemporáneo junto a estos músicos estelares. Para resumirlo en una palabra: ha sido un concierto exquisito, con el que reafirma que sigue marcando la pauta en la canción cubana”.
Yusa, instrumentalista y cantante de otra generación y quien acompañara al trovador en una de sus presentaciones de Buenos Aires, celebró “lo contemporáneo del sonido. Me encanta la puesta en escena sonora, todo tan acústico, tan limpio. Además, siempre es un aprendizaje, yo soy una eterna discípula de su legado”.